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Consideradas muchas veces la puerta de entrada a una lectura, las portadas de los libros aportan valor agregado al sumar el trabajo de un ilustrador o artista a través de obras de alto impacto visual que aumentan las chances de capturar la atención en vidrieras repletas de lanzamientos editoriales, pero además sugieren un diálogo no revelado entre los autores y las imágenes, que en ocasiones se plantea como el disparador de la escritura y, en otras, irrumpe al final como condensación de un proceso creativo.
Hace tiempo que las editoriales dedican tanta atención a la edición de un texto como a la elección de su portada: el conjunto visual de tipografía más imágenes que opera como la antesala de toda lectura es el primer sensor que se activa en el proceso de escoger un libro, un ítem que ha requerido mayor atención a medida que la industria editorial multiplicó la frecuencia e intensidad de sus lanzamientos. En ese contexto, los sellos están cada vez más atentos al campo artístico en busca de una imagen reveladora que dialogue con el registro de un texto y al mismo tiempo funcione como anzuelo visual.
Una mirada a los títulos publicados en la Argentina en los últimos tiempos permite detectar que ilustrar un libro con obras de artistas es unos los recursos más elegidos por los editores, muchas veces a partir de sugerencias de los autores, aunque también hay sellos que apuestan por diseños más sobrios, minimalistas, con tipografía clásica sobre fondo monocromo.
Algunos de los textos más recientes que reproducen en la cubierta obras de arte son «Las indignas» de Agustina Bazterrica, «Las niñas del naranjel» de Gabriela Cabezón Cámara y «Ornamento», del colombiano Juan Cárdenas.
Lucrecia Rampoldi, jefa de Diseño en Penguin Random House, cuenta que la editorial prioriza para sus portadas el arte argentino, especialmente el contemporáneo. «Ana Laura Pérez, directora literaria de la división literaria ficción, tiene mucha influencia en esta idea de llevar obra, especialmente argentina, a las portadas de los libros, pero obra en general», señala a Télam.
Hay casos en los que se precisa gestionar un derecho de imagen. «Se charla con el departamento legal, se confirma que la imagen se pueda usar sin problemas y se acredita como corresponde», explica la diseñadora. Otro factor que influye en la elección de una portada es el plazo pautado para la publicación de un libro. Cuando se encarga una obra de arte a pedido para su inclusión en una portada, el procedimiento requiere de un ida y vuelta entre el artista, por un lado, y el editor y autor, por otro. Esto requiere de un tiempo acorde hasta dar con la imagen perfecta. «Si no tenemos tanto tiempo, por ejemplo, como sucedió con la tapa del libro de Iván Hochman (‘Por qué te vas’) se resuelve con una obra existente. No había tanto tiempo disponible para que la artista haga algo ad hoc», cuenta Rampoldi.
La escritora Agustina Bazterrica, ganadora del Premio Clarin 2017 por su libro «Cadáver exquisito», tuvo muy presente la obra de Luis Ricardo Falero llamada «Brujas yendo al Sabbath» a medida que escribía su última novela, «Las indignas»: supo rápidamente que ésa debía ser la cubierta del libro. La pintura retrata mujeres desnudas, que parecen estar en movimiento, mientras son acompañadas por cabras y entidades demoníacas. «Es una obra clásica, de 1878 (usada en muchísimas portadas de otros libros) y es una de mis obras favoritas. La propuse a la editorial y quedó. Eso no siempre ocurre porque quizás la obra no tiene los derechos disponibles o se usó en una portada de un libro publicado por esa editorial, o simplemente no comparten el criterio», cuenta Bazterrica a Télam.
«Brujas yendo al Sabbath» convenció rápidamente a los editores. «Max Rompo, el talentoso diseñador de Penguin Random House, hizo un recorte de la imagen perfecto», celebra la escritora del libro de cuentos «Diecinueve garras y un pájaro oscuro». Para ella, la imagen dialoga «en muchos niveles» con la novela: «Son todas mujeres y hay un solo hombre y está de espaldas, no se le ve el rostro, como pasa en la novela. Hay una voluptuosidad y una latencia erótica que es algo que trabajé en la novela desde el registro donde uso recursos poéticos. Y si bien la brujería no está profundizada, sí está sugerida en el libro», cuenta.
Las portadas suelen guardar una estrecha vinculación con el contenido que recubren. «Si bien personalmente no me guío más por las portadas de los libros, es verdad que en una librería una buena portada que se destaque puede significar que ese libro te llame la atención y leas la contratapa», advierte la escritora. Y agrega: «Además una buena portada que realmente dialogue con el libro puede dar claves de lectura».
Pero no siempre la elección de las tapas es un río que fluye. «A veces tienen lógicas herméticas. Me pasa con mi novela ‘Cadáver exquisito’, que fue traducida a 27 idiomas y muchas veces no entiendo el criterio (para elegir una portada) pero para los lectores de ese país funciona totalmente. En esos casos, confío en mis editores», dice Bazterrica.
La escritora Gabriela Cabezón Cámara, autora de la reciente novela «Las niñas del naranjel» tiene experiencias dispares. Mientras avanzaba en la escritura de su libro anterior, «Las aventuras de la China Iron» -que fue finalista del Booker Prize- no tenía elegido el correlato visual de la obra. Recién cuando la historia estaba casi terminada se juntó con su editora a buscar la imagen adecuada. «Tengo mucha admiración por Florencia Bohtlingk», revela la escritora y cuenta que, cuando bucearon en la obra de la artista, dieron con «Bañistas». Para Cabezón Cámara «fue amor».
La experiencia con «Las niñas del naranjel» fue «más íntima», revela. La portada muestra a dos leopardos adentrándose en la selva, una escena pintada por Inés Isaurralde, maestra de dibujo de la escritora. «Amo su trabajo: pinta escenas cotidianas –una madre dándole un bocado a su criatura, un grupo de amigos y amigas en la playa– y, de un modo que tiene que ver con el trabajo del color y la pincelada, sin tematizarlo, logra unos climas liminares que, a mi criterio, hablan de este momento histórico como casi ninguna obra pictórica que yo conozca», describe su aprendiz.
«Son liminares, no sabés si está muriendo un mundo o está naciendo otro. Inés leyó partes de la novela mientras yo la iba escribiendo. Y así surgió esta pintura que para mí es tan parte de la novela como el texto. O la novela es tan parte de la pintura como el óleo. A mí me gusta que haya una relación íntima, amorosa de texto e imagen de tapa. Eso intento», sintetiza.
Inés Isaurralde es pintora (UNA) y licenciada en Letras (UBA). Además, coordina el Bachillerato de Artes Visuales del Instituto Luis A. Huergo y da clases en su taller. En su pintura, la naturaleza fue apareciendo de a poco: «Al principio en escenas de verano donde los protagonistas eran mis amigos tirados en el pasto bajo el sol, luego fue cobrando mayor protagonismo. Me gustan mucho las plantas y los animales y en algún momento esa observación apareció también en mi pintura» cuenta a Télam.
Los momentos más inspiradores para ella fueron los viajes a los Esteros del Iberá, Viedma, Lago Puelo y a la selva misionera, así como varías estadías en la Isla del Tigre. La observación de la naturaleza la ayudó a «entender los ciclos y a renovar la mirada hacia un lugar más cándido».
«El proceso de realización de ‘Las niñas del naranjel’ fue muy lindo: con Gabriela somos amigas, y en un viaje en bici a la escuela donde trabajo me detuve en un semáforo y le grabé un audio proponiéndole ilustrarle la tapa. Veníamos conversando acerca de los avances de su novela y de nuestros respectivos viajes a la selva así que estábamos en sintonía«, confía Isaurralde.
«Fue un proceso muy lindo porque sentía que podía ‘traducir’ algo del clima que Gabi narraba, por conocerla y por ser fan de sus historias», cuenta la artista, quien también es licenciada es Letras y pro lo tanto el mundo editorial le resulta familiar.
Así como algunos sellos entre los que se encuentran Anagrama o Penguin Random House fijan un mismo patrón visual para sus colecciones, otros sellos prefieren diferenciar cada una de sus publicaciones con estéticas variadas. Es el caso de la editorial Sigilo, donde la portada de cada libro se define de manera particular. «No nos interesa recurrir a obras conocidas para las portadas» porque elegir obras de artistas emergentes da la posibilidad de «darlos a conocer», explica el editor Maximiliano Papandrea.
Por ejemplo para «Ornamento», el libro del autor colombiano Juan Cárdenas, convocaron al artista visual Alejandro Pasquale, que ilustró también «Olimpia», de Betina González, y «El tercer paraíso», la novela de Cristián Alarcón que ganó el Premio Alfaguara.
El artista cuenta que su vínculo con la naturaleza «es absoluto». Se siente parte de ella. «Somos una especie que desde hace siglos muy equivocadamente intenta desvincularse de la horizontalidad de este Dios al que llamamos naturaleza. Una humanidad que hace lo posible para posicionarse por sobre el resto de los seres vivos. Es desde este convencimiento que intento concientizar a través de mi trabajo. Recordarnos que somos naturaleza, ni más ni menos que una parte de ella«, señala.
«En todos los casos me han consultado la disponibilidad de algún trabajo puntual y la posibilidad de utilización de los derechos para reproducirla en portadas, me envían una sinopsis del libro con un boceto de como quedaría la portada, y si se da todo, se genera el contrato y se imprime», cuenta el artista sobre su participación en el rubro editorial. Sin embargo, también le pasó de «no encontrar la conexión entre mi pintura y el trabajo literario». En esas ocasiones, su decisión final fue rechazar la propuesta.
La literatura de Cárdenas tiene mucha relación con la naturaleza, por lo que la elección de Pasquale en el arte de tapa fue pertinente. Sus pinturas, que coquetean con el hiperrealismo, muestran personas tomadas por la naturaleza desde distintas formas. A algunos personajes le crecen ramas en el cuerpo y otros tienen flores en vez de ojos.
«Noto en muchos libros la importancia que tienen las diferentes formas de relacionarse de sus protagonistas con la naturaleza, disímiles entre cada libro y escritor/a. Muchos de los y las protagonistas de estas novelas y cuentos son artistas, también en que las historias transcurren en pequeños pueblos o en algún lugar retirado de las grandes ciudades», observa Pasquale sobre las portadas realizadas.
Sin duda la decisión de incluir obras de arte en las portadas de los libros habilita nuevos recorridos, tanto para quienes conocen el trabajo de los artistas como para quienes siguen al escritor y llegan a los pintores por la vía literaria. Aunque de larga data, el enlace entre las portadas y las historias, sigue habilitando nuevas claves de lectura.
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Fuente Telam