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En los últimos años, las historias que vinculan el universo de las celebridades con familias abusivas fue un tópico caliente en la cultura pop, generando cimbronazos en el mundo del espectáculo y arrasando en las redes sociales.
En agosto del 2022 la ex súper estrella de Nickelodeon, Jennette McCurdy, estrenó el Best Seller del 2023: “Me alegra que mi madre haya muerto”, donde relata cómo su mamá la forzó durante años a actuar en Hollywood, generándole un trauma que devino en anorexia nerviosa, bulimia y alcoholismo adolescente.
En octubre del 2023 Britney Spears publicó “La mujer que soy”, donde narra cómo su padre la encerró en una tutela legal para obligarla a hacer shows y controlar todos sus ingresos, alegando que ella era mentalmente inválida. Pero hubo un caso que los superó con creces, y que está muy lejos de los reflectores de Hollywood (por ahora): el de Gypsy Rose Blanchard.
Gypsy Rose Blanchard, seguramente, nunca imaginó que algún día iba a tener 9.9 millones de seguidores en TikTok y más de 5,6 millones de likes en esa red, 8.3 millones en Instagram y una cantidad infinita de videos sobre ella en YouTube, también con millones de visualizaciones.
Nunca imaginó que recibiría ropa de Zara para ir a alfombras rojas y haría tours de prensa con un ejército de maquilladoras y vestuaristas detrás suyo, que algún día habría una serie sobre su vida y que escribiría un libro. Que la invitarían a viajes y que las estrellas de Hollywood le laikearian sus fotos. Quizás tampoco se imaginó que iba a pasar siete años en la cárcel, pero más de una vez sí se imaginó matando a su mamá, un deseo que finalmente hizo realidad su primer novio, Nicholas Godejohn.
Contexto
Cuando Gyspy Rose tenía 8 años su madre, Dee Dee Blanchard, la convenció de que padecía atrofia muscular, leucemia, problemas cardíacos, retraso madurativo, sordera, insuficiencia visual y asma, entre otro sinfín de enfermedades.
La obligaba a dormir con una máquina de oxígeno, la alimentaba a través de una sonda gástrica y la forzó a estar en una silla de ruedas, aunque Gypsy sabía que no la necesitaba porque, en su intimidad, podía caminar. Sin embargo, Dee Dee la sometió a decenas de intervenciones quirúrgicas innecesarias, le rapó el pelo para conseguir que tenga el aspecto de una niña con cáncer, le hizo remover los dientes y las glándulas salivales y le mintió con respecto a su edad, haciéndole creer que era mucho más chica. A los 20 años se disfrazaba de princesa creyendo que tenía 14, pero parecía de 7.
Se cree que Dee Dee Blanchard padecía de síndrome de Münchhausen por proximidad, un desorden mental donde alguien inventa todo tipo de enfermedades acerca de una persona que tiene a su cargo, para ganarse la simpatía y compasión de otra gente.
Las supuestas enfermedades de Gypsy se tradujeron, para Dee Dee, en ayuda económica por parte del Estado y de distintas ONGs, que le construyeron una casa, le regalaron viajes a Disney y hasta la premiaron por ser la “Mamá del Año”.
Gyspy, por otro lado, no tenía permitido ir a la escuela, tener amigos y mucho menos, un novio: su madre estaba todo el tiempo controlándola, sobre todo, para que nunca revele el hecho de que no tenía ninguna patología.
Sin embargo, conforme Gypsy crecía, fue atando cabos acerca de su verdadera identidad y las intenciones de Dee Dee. Como si se hubiese juntado el hambre y las ganas de comer, Gyspy conoció en una web de citas cristianas a Nicholas Jodhon, de Wisconsin: un joven con quien tuvo un romance secreto y virtual de casi tres años y que tenía múltiples personalidades, entre ellas, la de un malvado vampiro de 400 años llamado Víctor.
Cuando Gyspy le pidió que mate a su madre para liberarse de ella, “Victor” no lo dudó ni un segundo y la asesinó en junio del 2015 a puñaladas
El crimen de Dee Dee ejecutado por Nicholas y orquestado por Gyspy fue descubierto enseguida, resultando en una condena de por vida para él y una sentencia de ocho años para ella.
Pero en diciembre del año pasado, Gyspy por fin recuperó su libertad, y lo hizo convertida en una estrella viral y con un libro que indaga en sus experiencias en la cárcel, donde por primera vez que se sintió viva, conociéndose a sí misma y haciendo amigas reales. Internet celebró este momento, que fue esperado por millones de personas con una cuenta regresiva.
La historia de Gyspy cayó en la stan culture, un fenómeno de las redes sociales que describe a una comunidad de fans que trascienden la admiración, llegando a alcanzar niveles desproporcionados de adoración por una figura de deseo. El término surge de “Stan”, una canción de EMINEM del 2000, que relata la historia de un fan que estaba peligrosamente obsesionado con él. La fascinación por esta joven, que ahora tiene 32 años, tiene que ver con esta dinámica.
¿Cómo se explica este fanatismo desmesurado, que compite con el fervor swiftie casi empatándolo? En primer lugar, hay que encuadrar la historia de Gyspy dentro de la oleada de true-crime -crímenes verdaderos- que hay en las plataformas digitales. Como si fuese una película de terror, el true-crime le permite a la audiencia acercarse al lado más morboso y perturbador de los casos reales más sonados, desde un lugar controlado, estilizado y hasta romantizado.
La serie “The Act” estrenada en el 2019 y ganadora de un Golden Globe, que narra la historia de esta joven, empezó a construir desde ese entonces la devoción alrededor de su imagen.
Su historia tiene villanos y una anti heroína: Gyspy Rose aprendió de su madre a mentir y a manipular a otros. Su relato incluye tabúes, ambigüedades, detalles truculentos y una subtrama de sexo online entre Gyspy y Nicholas, que contrasta con su aspecto infantil. Morbo, curiosidad y tabúes: ¿hay algo más? Sí.
Gyspy rompe el registro de las redes sociales y sus convenciones. Escrollear Instagram y TikTok implica meterse en un espiral sin fondo de chicas jóvenes y atléticas (con varios filtros encima) haciendo un work-out en el gim, viajando por el mundo, maquillándose, mostrando ropa nueva o haciendo coreografías con las canciones en tendencia. Todas las caras son iguales, todos los cuerpos son iguales, todos los rellenos de botox son iguales y el acatamiento de los usuarios a estas normas es un valor preponderante por sobre la originalidad.
Gyspy ofrece otro reflejo: uno mucho más humano y vulnerable, el de una anti heroína que se arrepiente de sus actos, que tiene remordimientos y que, a pesar de todo, a veces extraña a Dee Dee porque, al fin y al cabo, su vida -aunque no lo parezca- no está guionada, y hay emociones que se salen de control.
Fragilidad de pajarito lastimado y la frialdad para asesinar a sangre fría y hacer justicia por mano propia. Su aspecto corporal aniñado pero no inocente; sus posteos con un dejo ingenuo y naif, pero también sensibles y comprometidos (quiere ser activista por la salud mental) y la búsqueda de su propia femeneidad es una visión refrescante entre tanto plástico que, por momentos, es difícil discernir si lo que vemos es una persona de verdad o IA.
«Confesiones de prisión» (Lifetime)
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Al igual que Britney Spears que usa sus redes para denunciar los abusos de sus padres, recordar los mejores momentos de su carrera y sacarse fotos desnuda con el pelo despeinado, el cuarto desordenado y la ropa manchada, Gyspy Rose es igualmente desconcertante por sus formas y su contenido, pero también fascinante por su honestidad.
Una honestidad genuina difícil de hallar: dos características que la coronan como la nueva rocktar de TikTok.
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Fuente Telam