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Tras la muerte del célebre Pablo Novak, el anciano de 93 años que vivía en Epecuén y era considerado por muchos el último sobreviviente, su figura genera contrapuntos que se expresan en «El agua mala», una reconstrucción coral de la historia en donde priman las voces de sobrevivientes que habitan en Carhué, y «El último habitante de Epecuén», un cuento infantil ilustrado que hace foco en la vida y el legado de Novak.
Pablo Novak, el célebre «último habitante de Epecuén», falleció el lunes último a los 93 años. Recuperada en crónicas y notas periodísticas, su historia registra más de 33 años viviendo solo en distintos asentamientos alrededor de las ruinas de Epecuén. Su única y constante compañía era Chozno, su perro.
Epecuén es una ciudad que llegó a tener 1.500 habitantes, está ubicada a 7 kilómetros de Carhué y es visitada en promedio por 25 mil turistas que van detrás de los resabios que dejó la inundación de 1985, cuando una crecida del lago sumergió al pueblo entero.
Aunque muchas crónicas reconstruyen la vida de Novak como el último sobreviviente de la inundación que habitaba todavía en Epecuén, el libro «El agua mala», un trabajo periodístico riguroso de la escritora Josefina Licitra, recoge los testimonios de muchos sobrevivientes que todavía viven en Carhué y matizan esta idea tan instalada.
Se trata de un libro de estructura coral publicado por el sello Aguilar en el que varias voces de sobrevivientes recuperan la historia de la inundación, personas que hoy tienen entre 40 y 50 años y que son la memoria de una tragedia cuyos efectos todavía pueden verse.
Uno de los testimonios fundamentales es el de Esther Torricelli de Coradini, quien vivía y tenía una posada en Epecuén cuando sucedió la inundación y dice en «El agua mala»: «Hace un tiempo fue Mario Markic, de ‘En el camino’, ¡y le pusieron gente que ni conocía Epecuén! Como ese señor mayor, Novak, que dice que es de Epecuén pero nunca tuvo una propiedad ahí. Cuando quedó todo abandonado ese hombre se agenció un terreno y se metió a criar sus animales, y después cuando el periodismo le empezó a preguntar inventó una historia y todos los medios dicen lo que él dice: que es el único sobreviviente de Epecuén que vive en Epecuén, qué estupidez. Todos los sobrevivientes de Epecuén nos fuimos».
En marzo de 2015 el Poder Ejecutivo bonaerense promulgó la Ley 14.696 por la cual se declaró a las ruinas de la Villa Lago Epecuén como Monumento Histórico Provincial. Lo que queda de estas ruinas hoy no son habitables porque ni siquiera hay servicios públicos, y sólo se puede ir al lugar como visita turística.
«El relato va a seguir vivo porque quedan testimonios de personas que todavía viven y también quedan documentos. ‘El agua mala’ en este momento está agotado pero lo vamos a reeditar en Orsai dentro de unos meses. Los relatos quedarán sujetos al paso del tiempo, como todo; las personas irán muriendo pero los testimonios quedarán y está bien que así sea», reflexiona Licitra sobre su trabajo.
En «El agua mala», Licitra cuenta: «Pablo Novak es un anciano que recorre las ruinas en bicicleta y acompañado de un perro, y que fue tomado por todos los medios como una fuente esencial, a veces única, para hablar de Epecuén». En este mismo extracto la autora recupera algunos relatos de distintos medios en los que, según ella dice, «Novak vuelve a cumplir con el rol asignado por todos y por él mismo: el de ruina viviente. El de un personaje triste de película italiana».
Otra de las voces fundamentales para entender este hecho y su posterior reconstrucción es la de Gastón Partarrieu, director del Museo Región de Adolfo Alsina, quien publicó ayer en sus redes sociales: «Adiós Pablo. Anoche dejó este mundo terrenal don Pablo Novak, quién después de la inundación decidió afincarse en una casita cercana a las ruinas de Epecuén. Tenía 93 años. Pablo había nacido en la villa turística y cursado su escolaridad primaria en la Escuela 17. El curso de la vida lo llevó a emigrar a Carhué siendo un niño, dada la profesión de su padre, hornero y ladrillero. En Carhué se casó y tuvo varios hijos. En los años 90 el destino lo llevó nuevamente a Epecuén, a una vida solitaria pero que finalmente le valió el reconocimiento de turistas y vecinos».
En este mensaje Partarrieu agrega que «nunca fue del todo aceptado por la comunidad de exhabitantes de Epecuén, sin embargo luego se entendió su valor testimonial y su trabajo gratuito en informar, entretener y guiar a miles de personas de todos los puntos cardinales que venían a conocer nuestra triste y trágica historia».
Otra de las voces que recupera la historia de Epecuén es María Julia Poiré, que es periodista, nació en La Plata y vive en Carhué hace siete años. Cuando llegó a la ciudad notó un contraste grande entre los periodistas y youtubers que llegaban de todas partes del mundo buscando a Novak, y la resistencia sostenida que había por parte de una comunidad a su figura.
«Pablo Novak, el célebre «último habitante de Epecuén», falleció el lunes último a los 93 años. Recuperada en crónicas y notas periodísticas, su historia registra más de 33 años viviendo solo en distintos asentamientos alrededor de las ruinas de Epecuén. Su única y constante compañía era Chozno, su perro»
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Poiré cuenta que fue ella misma una de las personas que acompañó a Markic a la entrevista con Novak, y en ese primer encuentro vio a Pablo con el libro «El agua mala» en sus manos, todo subrayado. «Sentí que ahí más que un libro marcado, estaba él mismo marcado por la situación», dice.
En 2018, Poiré junto a un grupo de personas montaron la biblioteca «Del otro lado del árbol» en Carhué, con el fin de recuperar las historias locales, y en 2020 escribió y publicó «El último habitante de Epecuén», un cuento infantil ilustrado que fue financiado por el Fondo Nacional de las Artes y ahora se comercializa a beneficio de la biblioteca, como también lo donan a otras bibliotecas infantiles del distrito de Adolfo Alsina.
«El libro trae esta historia en la que a medida que crecía la fama de Novak, crecía la polémica. Y también imagina qué le pasaba a él con eso, y en ese punto toma protagonismo su perro, Chozno, que según los niveles de tristeza de Don Pablo plantea distintas opciones para sacarlo de ese estado», explica Poiré a Télam.
Una de las preguntas fundamentales del libro llega hacia al final, donde dice, ¿Y vos, dónde elegís habitar?
«Me parece interesante hacernos esa pregunta desde chicos y chicas, porque creo que el hecho de ‘habitar’ tiene que ver más con el lugar que uno elige darse y no tanto con ‘de dónde sos o no sos’. Y creo que en definitiva Novak se brindó, en ese sentido, a la historia de Epecuén», agrega la autora.
En su relato Poiré reconstruye sus propios recuerdos de Novak, quien, «se sentaba al rayo del sol aún cuando hacía mucho calor y le dedicaba mucho tiempo a conversar y compartir con los turistas».
«El cuento también le transmite a las infancias lo que fue la inundación, pone luz sobre el costado vinculado a la naturaleza del entorno del Lago Epecuén. Este lago es el Mar Muerto argentino, es diez veces más salado que el mar, y tiene un entorno natural riquísimo que incluye flamencos y falaropos», agrega la autora.
«El último habitante de Epecuén» es un cuento que está escrito libre de sesgos de género y de edad, y aunque está especialmente escrito con mayúsculas para las infancias, dice su autora que se han encontrado con personas adultas que lo leen y lo comparten. Este libro fue diseñado por Josefina De Dominicis e ilustrado por Gustavo Alberto García y Maricel Schiebelbain.
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Fuente Telam