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El Instituto Antártico Argentino (IAA) intensifica la actividad científica en Base Carlini, principal usina de la ciencia argentina en la Antártida, con el despliegue de once grupos de trabajo durante el verano, para continuar el desarrollo de investigaciones sobre biología costera y terrestre, oceanografía, ecología, microbiología y monitoreo de elefantes marinos y pingüinos, entre otras y junto a la dotación militar y logística, recibieron la carga de víveres y materiales para pasar el año, en el marco de la Campaña Antártica de Verano (CAV).
El lunes pasado por la mañana, el Rompehielos ARA Almirante Irízar llegó a caleta Potter, ubicada en isla 25 de Mayo, dentro de las islas Shetland del Sur, para reaprovisionar a la base permanente administrada por la Dirección Nacional del Antártico (DNA) de la cual depende el IAA; y fondeó a unos 600 metros de la costa.
Con una temperatura de 2°C y poco viento, cerca de las 11, desde el Irízar, personal militar desembarcó y transportó mediante el uso de lanchas, víveres frigorizados (cortes de carne), tubos de gas, dos generadores, combustible en tambores y a granel, tachos con carga personal y trasladó hacia la costa a unas 60 personas, entre ellas, uno de sus nuevos invernantes, el buzo Cristian Espíndola (27), oriundo de Misiones.
Cristian es el único de la dotación nueva que viajó en el Irízar, ya que gran parte de ésta llegó a la base el 28 de diciembre pasado vía aérea, combinada con vía naval en otro transporte marítimo.
La dotación nueva y parte de la que invernó durante 2023, que están en proceso de transición antes de dejar la base, recibieron al contingente del Irízar.
Durante todo el día. tanto personal militar y logístico, como científicos realizaron la descarga de los víveres y de los materiales haciendo un pasamanos desde las lanchas a la playa.
«Destaco el grupo humano que se formó, ahora somos 65 personas y van a quedar 27 invernando (22 de personal militar, dos científicas del IAA, dos informáticos y un logístico de la DNA). Colaboramos entre todos», dijo a esta agencia, el jefe de base entrante, Víctor Alejandro Jara (44), también misionero, que forma parte de la Armada Argentina y es la primera vez que invernará.
Y contó que en la base se hacen trabajos de buceo en la caleta y navegaciones en bote neumático durante todo el año.
«Es la única base que tiene una cámara hiperbárica, donde se puede tratar a los buzos para descompresión, que sirve para quitar el residual de nitrógeno que le queda en la sangre, si es necesario», destacó, al remarcar que los buzos no pueden pasarse de los 30 metros de profundidad.
La base está ubicada sobre la costa, donde a esta altura del año no se observaba nieve, ni hielo, resaltando sobre el cielo blanco, el oscuro cerro Tres hermanos, frente al glaciar Furcade.
«Carlini es como un laboratorio natural», definió la biotecnóloga especialista en microbiología, jefa científica actual, Graciana Willis Poratti.
«Esta zona de la península antártica está muy afectada por el cambio climático, cada vez hay menos precipitaciones en forma de nieve porque las temperaturas son más altas», agregó.
Las edificaciones que hay en lugar son en su mayoría laboratorios y alojamientos, una casa principal donde se encuentra la cocina y comedor.
Además, se destacan el acuario, la sección de buceo, el instrumental del Servicio Meteorológico Nacional que se encuentra al aire libre, los tanques de almacenamiento de combustible, sensores geotérmicos, paneles solares y sismógrafo.
Más alejado, junto al centro técnico informático, hay un gran domo de Arsat, política pública que presta servicio satelital de internet a toda la base.
A su vez, en Carlini realizan pilas de suelo contaminado por hidrocarburos para biorremediarlo con la acción de microorganismos y plantas autóctonas.
En su laboratorio container, rodeadas de equipos como centrífuga, tubos, espectrofotómetro y bombas que hacen vacío, la doctora en Biología Rubí Azul Duo Saito (33) oriunda de Neuquén, y la licenciada en Biología marina María Luss Salatino (26), de Santiago del Estero, sonríen cuando se les pregunta por sus expectativas sobre su primer año en la Antártida, a cargo de las investigaciones que se continuarán durante el invierno en el lugar, donde harán muestreos y procesamiento de muestras de los grupos de trabajo del IAA, que luego enviarán al continente.
Ambas llegaron a la Antártida a partir de una convocatoria que realizó el IAA en busca de investigadores/as de todo el país.
«La Antártida es un sitio que nos indica cómo está afectando el cambio climático global. La fauna, flora y microorganismos de la Antártida son muy sensibles a los aumentos de temperatura, ya están adaptadas a este frío extremo permanente», dijo Duo Saito, quien será la nueva jefa científica.
Y Salatino completó que «la Antártida se conoce por ser el continente que tiene la mayor capa de agua dulce, el planeta depende de este lugar».
Durante el verano, entre los once grupos de trabajo está el de mamíferos, con el monitoreo de elefantes marinos. Para estudiarlos, los expertos de la Universidad Nacional de La Plata, de la facultad de Ciencias Naturales y museo, Martin Durante y Damián Fortunato, caminan unos 8 kilómetros hacia la zona protegida, donde en este momento hay más de 2000 elefantes.
Además, pueden caminar por día hasta 40 kilómetros buscando a los elefantes que deben estudiar, porque los tienen identificados hace más de 30 años.
«Hay días en los que hacer el trayecto no es tan sencillo por el viento de frente, la nieve, el suelo irregular, el barro que se forma cuando se va descongelando la nieve, las grietas de hielo por donde pasa un chorrillo por el costado», dijo Durante.
Un macho de los adultos más grandes pueden llegar a pesar entre 4000 y 5000 kg y las hembras entre 800 y 900 kg, precisó.
Entre las muestras que toman, procesan y envían a los investigadores del IAA están las de pelo, bigote, sangre, parásitos, peso, medidas, censos y biopsias.
También en la Base Carlini, Sergio Gómez Saravia (30), licenciado en biología y becario doctoral del Conicet comenzó su tercera CAV, y encabeza el proyecto Ictiología del IAA que realiza investigaciones sobre los peces que se encuentran en la Antártida.
«Estudiamos a los peces y sus distintas características porque un objetivo principal que tiene este grupo es ver cómo se recuperan las especies luego de lo que fue la pesca comercial de determinadas especies», contó Saravia a Télam.
Para el monitoreo colocan redes que quedan sumergidas a distintas profundidades. Censan entre los 15 y los 100 metros de profundidad. Las redes se levantan cada 24 horas para observar los peces que quedaron allí, y que miden, pesan, fotografían y los vuelven a liberar, precisó junto a sus dos compañeros de equipo de la licenciatura en Ciencias Biológicas en la UBA que trabajan por primera vez en la Antártida, Sergio Chacón (27) y Matías Rodríguez (26).
En este momento, a su vez, estudian la Ecología Trófica de una especie en particular.
Para trabajar en su investigación navegan con un timonel designado por las fuerzas armadas, y van hasta al peñón de pesca, que queda a 1 km.
Antes de salir a muestrear chequean la meteorología y coordinan la salida con Alejandro Ulrich, quien convoca a los buzos.
«Acá tenemos diferentes tipos de trabajo en buceo y navegación», dijo a Télam en la base Gonzalo Mayor, suboficial de la Armada, buzo táctico que pasó allí todo el 2023.
En navegación, además de trabajar con el grupo de peces, extraen muestras de agua. En buceo, limpian sensores que captan luz. También hacen extracciones de lapas, un tipo de molusco del fondo, observan algas, realizan muestras de microorganismos y extracciones de sedimentos del fondo.
«No extraemos nada que no sea lo que nos piden los científicos», agregó el encargado saliente de buceo, oriundo de Necochea.
Para bucear utilizan un traje seco de neoprene y en invierno la temperatura mínima del agua es de -5°C.
«Hay vida en la caleta. Hay algas, peces, lapas, el fondo es rocoso y de piedra. También nos cruzamos con focas, elefantes y lobos marinos. En otros lugares de la caleta hay un barro que es muy liviano que cuando uno pasa se levanta», contó sobre la visual subacuática y remarcó que cuando perciben a una foca Leopardo cerca suspenden la actividad, por el riesgo que implica nadar con ellas.
Para navegar y bucear, el buzo se lleva su cámara submarina, porque algunos trabajos requieren de esos registros y utiliza las grabaciones para mejorar en la próxima inmersión.
En la base también se estudian «bentos», todos los organismos que están en el fondo del mar como corales y esponjas, que requieren de muestreo de sedimentos y filmación a 30 metros de profundidad en un trabajo conjunto con los buzos; aves con muestreo de petreles y skúas; oceanografía; estudio Ecos de ecología costera; microbiología; fisiología y monitoreo de pingüinos, entre otras.
El Instituto Antártico Argentino inicia estudios sobre la práctica humana en la Antártida
El Instituto Antártico Argentino (IAA) inició este año, por primera vez en su historia, estudios antropológicos, sobre la práctica humana en la Antártida, ampliando así el área de investigación en Ciencias Sociales de la institución, destacó en la base antártica argentina Carlini, la doctora en Antropología (UBA) e investigadora del IAA, María Laura Fabrizio.
Fabrizio es la primera antropóloga del IAA en viajar para realizar este tipo de estudios en bases antárticas argentinas, en el marco de la Campaña Antártica de Verano (CAV) y se quedará hasta el 6 de febrero.
«En la CAV lo que venimos a abordar tiene que ver con los modos de producción de conocimiento en la Antártida, cómo se articulan saberes técnicos con académicos, los condicionantes, las dimensiones que hay que tener en cuenta para producir conocimiento acá: la cuestión climática, el trabajo con los buzos, y el trabajo entre diversos grupos de sujetos que articulan en la Antártida, ponen en juego todos sus saberes en pos de producir una muestra, también la convivencia entre las prácticas civiles y militares», dijo la experta a Télam.
Y agregó: «La idea es problematizar el trabajo, pensar los problemas sociales que surgen en las prácticas humanas. No es lo mismo la campaña de verano que la invernada.
Asimismo, contó que registra todo porque «es la primera vez que venimos con este tipo de estudios, por lo menos desde el instituto y es una apertura del campo».
Para trabajar, la doctora en Antropología acompaña a todos los científicos en sus tareas de campo, observa cómo trabajan, y qué hacen con las muestras que toman.
«Hago trabajo de campo y entrevistas en profundidad para complementar esos registros y después voy a analizarlos en Buenos Aires», explicó Fabrizio.
«Muchas de esas entrevistas van a formar parte de un Archivo de Historia Oral que llevamos adelante desde IAA con otras instituciones», adelantó.
«Lo que observo es que se arman comunidades de prácticas en las que los conocimientos y los saberes, que muchos ya traen, empiezan a circular entre los distintos grupos y personas. Y mucho del saber se produce acá in situ, como por ejemplo aprender a poner una red en un mar antártico para tomar el pez que deben muestrear, que es algo que no se enseña en la facultad, y dependen de ese aprendizaje, lo mismo el saber de cómo sacar sangre a skúas y pingüinos», compartió, a modo de conclusiones preliminares.
También entre los grupos de trabajo se «bautizan» con el nombre de lo que estudian: ‘el grupo pingüinos‘, ‘el grupo mamíferos’ y se dicen ‘me voy con pingüinos al refugio’. «Es interesante cómo se empiezan a autorreferenciar», subrayó.
Entre las líneas que desarrolla, también está el abordaje de las familias que invernan, las trayectorias educativas de los niños que transitan su escolaridad en la Antártida, concentrados en la Base Esperanza.
Sobre esto, la investigadora realiza entrevistas en Buenos Aires a personas que tienen más de 18 años que fueron niños/as invernantes, y a sus familias y docentes.
«Cuando se abre la puerta de venir con las Ciencias Sociales a estudiar la Antártida, es un mundo muy extraño y particular, se abren un montón de líneas posibles de investigación. Ese mundo ocurre en una comunidad, en un lugar del que nadie puede irse por extrañar a la familia, hay un desarraigo, el desarrollo de nuevas comunidades de familias. El sentido de familia que hay que problematizarlo, porque no todos cuando dicen ‘somos una familia’ están pensando en lo mismo. Voy registrando todo y se me van apareciendo preguntas que quiero trabajar», concluyó.
El área de Ciencias Sociales de IAA es la más nueva del instituto. Se creó en 2016 y formalmente en 2020. El equipo está conformado por un historiador, un sociólogo, dos personas que se dedican a la comunicación y la antropóloga.
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Fuente Telam