Cuando era un niño me había acostumbrado a sentirme orgulloso dentro de mi piel de argentino. En mi casa, mi madre, y en la escuela, mi maestra, me habían enseñado que el nuestro era el mejor país del mundo. Que nuestras vacas eran las más gordas del universo. Que el pan que se consumía en la mitad de los hogares del planeta se fabricaba con trigo argentino.
Que el crisol de razas del Río de la Plata había producido la mujer casi perfecta, síntesis de toda la belleza planetaria. Que éramos amados en todo el globo por las bondades de nuestro carácter. Que nuestro ejército jamás había sido vencido. Que el tango triunfaba hasta en Japón. Que los argentinos les hacíamos perder la cabeza a las parisinas, y que Madame Ivonne era un buen ejemplo de ello. Que San Martín había sido más grande que Aníbal.
Que la nuestra era una tierra de paz. Que Dios era argentino. Que el paraíso era terrenal y estaba en nuestras pampas. Y nunca faltaba el que te decía que este país maravilloso que teníamos, si el General volviera, sería aún dos veces mejor.
Y yo me lo creí. Andaba por la vida con la autoestima bien alta. Esa autoestima de orden general que te toca, simplemente, por haber nacido en un determinado sitio, pertenecer a una determinada sociedad. La que surge de la identificación y conformidad con el rebaño. Aquel sentimiento de valor colectivo que caracteriza, por ejemplo, a los norteamericanos, aunque el norteamericano en cuestión sea Forrest Gump. Me sentía heredero de una parte de la gloria de los argentinos. Me emocionaba en los actos públicos de la escuela cuando se cantaba el himno. Y para mí era una realidad tangible, un imperativo moral aquello de “... o juremos con gloria morir”.
Con el tiempo, la realidad se encargaría de acabar con mi inocencia de niño argentino. En plena adolescencia, a los argentinos de mi generación la verdad nos fue revelada de un modo muy duro, con toda
crudeza. A bastonazos, cuando no a balazos. Y se nos atragantó el orgullo... para siempre. Y fue reemplazado por la vergüenza. Así fue como mi generación llevó el estigma de ser argentinos como si fuera
una segunda piel. Y lo exhibimos por el mundo, con pudor, tragando saliva antes de admitir nuestra condición. Ya no conservo casi ninguna de aquellas creencias iniciales que fueron tan buenas para la autoestima nacional.
Mi chauvinismo incorregible, que se las ha ingeniado para convivir con la vergüenza, ha logrado rescatar lo de las vacas, las mujeres y San Martín. El resto cae dentro de otras categorías. Forman parte de la gran mentira nacional. O forman parte del pasado porque fueron ciertas alguna vez, pero ya no lo son. De modo que me acostumbré a vivir con mi condición de argentino como si fuera una culpa, una especie de pecado original.
Y el tiempo pasó... y vinieron otras patrias... y vinieron otras gentes. Y las heridas que no estaban cicatrizadas, al menos, quedaron disimuladas bajo otras pieles. Me reinventé a mi mismo. Me auto convencí que era universal; que mi patria era el mundo; que mis compatriotas eran todos los hombres, la totalidad de la especie humana. Y eché nuevas raíces en la tierra que fue de mis abuelos. Y juré nuevas lealtades.
Sin embargo, aún pasaría algo que me reclamaría mi identidad de argentino. Un día, después de muchos años de exilio, cuando fui a presentar la documentación para tramitar la nacionalidad española, algo se rompió en mi interior. Cuando salí de aquella dependencia del Gobierno, me invadió una profunda tristeza. Sentí que me faltaba el mundo bajo los pies. En ese instante, se cayeron todas las máscaras, se desgarraron todas las pieles. Y se reveló la verdad desnuda. Me sentí como me imagino se sentirían los judíos conversos al salir por primera vez de una iglesia, en los tiempos de la Inquisición. Aquel día, este argentino renegado lloró.
No soy un escritor, menos aún un literato. Sólo pretendo dar testimonio del tiempo que nos tocó vivir a los argentinos de mi generación, a la vez que examinar las raíces históricas de nuestro fracaso nacional. Es un intento de entenderlo yo mismo. Acometí esta tarea con la secreta esperanza de que si logro entender las dinámicas de lo que nos pasó a los argentinos, de alguna manera, éso me ayudará a sobrellevar mejor la irreparable pérdida de mi patria. Como esos enfermos terminales que se empeñan por conocer el diagnóstico, y si es posible, también los mecanismos fisiopatológicos que lo condujeron a esa situación. Morirse es un hecho terrible, pero hacerlo sin saber porqué, lo es doblemente.
No hay estilo en mi escritura. Esto está escrito con la cabeza, el corazón y las vísceras. En cierto sentido, más que haberlo escrito, siento que lo he parido. En su costado más racional, es un intento de explicación de las dinámicas mentales y morales que nos llevaron de la riqueza a la pobreza y, finalmente, a la degradación como nación.
En su lado más romántico, es el recuerdo, inevitablemente deformado e idealizado, de mi patria, tal como la conservo en la memoria y en el alma.
En su costado más visceral, es denuncia y reclamo. Si en algún momento les parece irónico, es sólo una fachada, un recurso para disimular la rabia contenida. Bronca de quien reclama que le devuelvan la patria que le fue robada.
Héctor D. González
(Ex-cardiólogo chaqueño y actual Jefe de Trasplante Hepático y Renal de la Cleveland Clinic, Massachussets, Estados Unidos. El texto es el prólogo del libro "Confieso que soy argentino", en proceso de impresión, y se publica en AN por gentileza de Gustavo Bonzón)
Comentarios
Seguí escribiendo y aprovecho para saludar a los editores, muy bueno todo. Gracias.
¿Que se le puede cuestionar a un hombre que dice lo que siente? Que lo deja plasmado en un libro, en un artículo o conversando en cualquier parte del mundo. es propio de los argentinos esto de buscar lineas o separaciones entre una cosa y la otra. Cada uno toma las opciones que la vida le ofrece. he leído otras cosas del Dr. Se que es reconocido internacionalme nte, que hace poco estuvo en un foro en Milán y es un inquieto permanente. Debe añorar su patria seguramente, debe tener amigos sin embargo que le deben enviar cosas para mitigar un poco eso. Querra ver a su madre y a tantos, pero no hay líneas, hay una vida que se dió de esta forma y punto.
¿Que se le puede cuestionar a un hombre que dice lo que siente? Que lo deja plasmado en un libro, en un artículo o conversando en cualquier parte del mundo. es propio de los argentinos esto de buscar lineas o separaciones entre una cosa y la otra. Cada uno toma las opciones que la vida le ofrece. he leído otras cosas del Dr. Se que es reconocido internacionalme nte, que hace poco estuvo en un foro en Milán y es un inquieto permanente. Debe añorar su patria seguramente, debe tener amigos sin embargo que le deben enviar cosas para mitigar un poco eso. Querra ver a su madre y a tantos, pero no hay líneas, hay una vida que se dió de esta forma y punto.
Tu pregunta ha sido motivo de una larga conversación con mis amigos en una sobremesa después de la cena en este viernes 09 de octubre en Londres. Aprovecho para decirles a mis amigos que ya no estoy más en USA, sino en Londres, Royal Free Hospital, Unidad de transplante hepático. Las puertas de mi casa de par en par abiertas para el que quiera venir a visitarme. Volviendo a tu pregunta. Vos sabés que se la traduje a un buen amigo mío que es cirujano en este mismo hospital y que es originario de Mumbay, en India. Al él la pregunta lo dejó pensando porque él y su familia, a pesar de ser muy orgullosos de ser indios, pertenecen a una minoría religiosa allí. Son cristianos en una sociedad predominantemen te indú. Y por esa razón él ha migrado a Inglaterra para que sus hijos pequeños no estén en peligro en el futuro. El siente que con esa decisión ha ganado la libertad para sus hijos. Dejando de lado las circunstancias particulares de violencia religiosa, si miramos el fondo del asunto, las motivaciones son más o menos las mismas. Equivocados o no (esa es otra cuestión), todos los que nos fuimos al otro lado del mundo lo hicimos movidos por lo mismo: conquistar un futuro de dignidad y libertad para nuestros hijos. Me siento tranquilo con mi conciencia por haberme ido (no tenía opción) pero también es verdad que siento un poco de culpa por todo lo que he dejado: amigos, familia, sueños. Siento gran admiración por los que se han quedado (los que han tenido el coraje de quedarse). Lo digo por aquello de lo de "condenar a los hijos..." Ellos representan, en gran medida, la esperanza de aquellos que yo, en mi partida, he abandonado.
Un gran abrazo Chicharra, y espero que me digas cuál es tu nombre verdadero.
Hector Daniel González
Londres, 9 de Octubre
ADMINISTRADOR: Un gusto tener tu comentario, Héctor. Muchas gracias.
Creo que somos un caso de estudio para la sociología y la antropología. Somo unos terribles narcisistas; nos creemos los mejores del mundo, y casi casi que estamos en el otro extremo.
Confieso que casi perdí las esperanzas de ver que algún día seremos un país donde NO DE LO MISMO, ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador..o un burro
que un gran profesor.
Las razones de mi desesperanza las quiero dejar expuestos en dos hechos que nos involucran, y en relación a Uruguay; al que despectivamente llamamos el "paisito"
1) El gobierno de Uruguay, está a punto de completar un plan trienal, tendiente a proveer a todos los docentes y alumnos de escuelas primarias con notebooks , con el objetivos de acercar a las futuras generaciones a las TIC's. Nuestro gobierno invierte en "futbol grátis"...¡eso si que da votos!
2) Estuve hace poco por razones laborales en Uruguay. En un momento libre me pongo a charlar en el lobby de hotel con un politologo español, que estaba dando conferencias. Hablando sobre la situación en Argentina, y nuestras reiteradas frustraciones, en un momento dado me dice:
"Uds y los uruguayos son CASI lo mismo. A ambos les gusta el asado, toman mate. Tiene casi la misma tonada al hablar. Las banderas son casi iguales; el mismo sol, los mismos colores. Ambos pueblos tienen un buen nivel de cultura. Pero hay una pequeña gran diferencia. Los uruguayos son creibles, Uds no."
Podremos cambiar alguna vez, fundamentalment e para nuestro bien?
Muy buena tu pregunta.
Está la respuesta dentro del libro, que está al salir. Obvio, como revisor y corrector del mismo, ya tengo la respuesta pero no tengo el OK para revelarla.
Las Editoriales son pesadas con eso del ISBN y otras cosas.
La buena, tal vez en una o dos semanas esté por acá el escritor. Viene invitado a un Congreso internacional.
En una de ésas le hacemos decir cosas en español.
Yo me encargo y le tiro la info al Admin.
Abrazos, Chicharra.
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