En la escuela de antes, directores y maestras, con frecuencia, parecían creer que estaban asignados a disciplinar una escuadra de samurais del siglo XIX antes que sólo a transmitirles algunos conceptos elementales a unos pendejitos que 6 a 12 años. En ese fundamentalismo escolar, había variedad de sanciones.
Algunas van acá:
El tongo: Las maestras tenían particular predilección por este castigo, más instantáneo que el Nescafé.
Las más turras habían adquirdo, al cabo de unas 500 cabezas, un extraordinario conocimiento del arte del tongueo, de modo que tan pronto detectaban una cagada por parte del educando, sabían de inmediato y con precisión qué intensidad de cocotazo aplicar y en qué punto del marote del pobre infeliz.
Habitualmente, optaban por el golpe estándar, un tongo de cumbre, que se descargaba en la parte superior del cráneo. Pero si la querida docente (a la que uno, como un pelotudo, igual le llevaba un regalo el 11 de septiembre) estaba con la regla o uno se había zarpado en la metida de pata, ensartaba otros modelos tongueriles, como ser:
a) El "flagelante lateral" (FL, en la jerga de las maestras), consistente en un nudillazo calzado justo sobre el pabellón de la oreja, que te dejaba aturdido casi una hora.
b) El "retaguardiero seco", un tongo que no era de abajo hacia arriba, sino de trayectoria horizontal, que golpeaba en la parte posterior de la cabeza, a medio camino entre el remolino capilar y la nuca.
c) El "lethal wepon zero", tongo aplicado de tal modo que el dedo golpeador tomaba un tremendo poder de fricción con el cabello, por lo que provocaba un doble dolor, el del golpe en sí y el del violento tirón de pelo.
Si bien los castigos eran elegidos arbitrariamente, el tongo se usaba, más que nada, para castigar charlas en el aula o denuncias de madres ajenas en nuestra contra.
En este último caso, la maestra, a modo de ofrenda y de demostración de eficiencia, nos llamaba delante de la progenitora en cuestión, nos preguntaba si era cierto que le habíamos pateado el culo a Jorgito mientras estaba agachado juntando bolitas (el famoso "salvo bien calzado", que sólo se podía evitar cantando "meno salvo" antes de agacharse), y con o sin respuesta de nuestra parte nos aplicaba el LWZ.
Mientras -a pesar de mordernos los labios- los lagrimones se nos caían redondos, ella seguía hablando como si nada con la reventada madre de Jorgito, y ambas se despedían como si hubieran acabado de elegir juntas un corpiño.
El tirón de cabello: Tan popular entre las docentes de aquellas épocas como el tongo. Las guachas no se conformaban con la profunda herida que la sanción nos provocaba en el orgullo (porque además, se ocupaban con mucha dedicación de que la humillación tuviera como mínimo 30 espectadores), sino que además ponían en el sacudón capilar tanta enjundia que la zona nos quedaba latiendo el resto del día, como si la viejademier se hubiera quedado con el mechón en la mano y también con la correspondiente parcela de cuero cabelludo.
El movimiento no era una simple estirada, sino un vertiginoso vaivén que nos convertía en una mezcla de yo-yo y puchingball.
Este castigo se utilizaba principalmente para reprimir conversaciones en la fila mientras se izaba o bajaba la bandera, intentos de espiar adentro del baño de las nenas, risas en actos por las pelotudeces que decía la directora y violaciones a aquella estúpida norma que establecía que los recreos terminaban con un primer timbre en el que todos los chicos debían quedarse parados donde estaban y había que esperar a un segundo timbrazo para poder caminar hacia las aulas. El desafío que cualquiera gozaba era transgredir el congelamiento del primer llamado, y dar pequeños pasos cuando las cacatúas miraban para otro lado.
El punterazo: Acá ya tenemos que ir más atrás en el tiempo, pero no tanto. El punterazo rigió hasta los '60, y en otros casos incluso hasta los '70. El puntero era una vara -similar a un taco de billar- que las maestras utilizaban para señalar cosas en el pizarrón. Al final, terminó siendo un arma sin la cual algunas se sentían desnudas.
Este golpe se aplicaba sobre cabeza, hombros, brazos, manos, piernas y espalda, según la posición en que se encontrara el alumno y la destreza y deseos de la tarada de turno.
El lanzamiento de borrador: Alternativa elegida por mujeres que se comían de sus maridos entre dos y tres guampeadas por trimestre, lo que las desequilibraba enormemente.
Estas locas, ante faltas nimias (distraerse unos segundos mirando el borrador con forma de autito y olor a frutilla que tenía nuestro compañero de banco, por ejemplo), reaccionaban de una manera totalmente desproporcionada, tomando el borrador del pizarrón y lanzándolo contra nosotros con una furia digna de mejores causas.
El objeto casi siempre impactaba en otro chico, pero a ella eso le importaba un pedo, porque en el instante siguiente, con las venas del cuello a punto de reventar, nos gritaba: "¡Me tiene podrida, García, quién se cree que es usted para faltarme el respeto asíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!"
La exposición: Era un recurso psicológico bastante utilizado, que habitualmente aparecía cuando un pibe hablaba durante un acto, mientras la directora o una maestra leía el infaltable texto repelotudamente solemne sobre la fecha patria del momento.
La maestra-guardia que pillaba la falta, aprovechaba el silencio imperante para decir el apellido del hereje lo más fuerte posible, y sin sumario ni juicio, agregaba al toque: "Petorutti, vaya al frente, así todos pueden ver quién es el maleducado que no quiere saber cómo se llamaban las tres carabelas que le permitieron a usted ser lo que es".
Uno pasaba hacia el escarnio lentamente, y una vez allí, sintiendo todos los ojos en uno, hacía un balance diverso: percibía la solidaridad de algunos chicos, que nos miraban como diciendo "estamos con vos, pensá en que cuando tengas 30 todas estas viejas ya van a estar agusanadas"; veía la repugnante falta de conciencia de clase de los pelotuditos que nos gozaban; y se lamentaba de que la gordita de 6°A nos viera capturados por el régimen.
Además, sentíamos que ya nunca más la maestra tetona de los de séptimo nos sonreiría, tras ver que éramos terroristas que buscaban la destrucción de la sociedad.
"Vaya a la Dirección": Era lo peor que te podía pasar. Cuando la maestra te daba esa orden, la incertidumbre se transformaba en pánico.
El director -o directora- era un monstruo de la mitología escolar que veías siempre de lejos, e invariablemente con cara de culo. Uno se imaginaba que luego del izado de la bandera, el tipo se metía en su despacho y desayunaba una taza de matecocido en la que en lugar de meter una tostada, mojaba una pierna de alumno de primer grado.
Lo más común era que vos mismo tuvieras que hacer un informe de la cagada que habías perpetrado. El truco más querido por esta gente era luego hablarte despacito, como si comprendiera que al fin de cuentas eras un ninio, hasta que en un microsegundo estallaban, te gritaban cosas como "¡papanatas, bobeta, piojoso de mierda!" y, ya que estaban, gozaban de su propia ración de tongueada y tironeo de pelo.
Los besos: Sí, pocas cosas eran más revulsivas en aquellas incursiones escolares como los besos de las maestras más añejas.
Era evidente que sus maridos no las sacaban ni cuando había un incendio en la casa, así que los esperpentos amortizaban sus gastos en cosméticos y colonias metiéndose descomunales cargas diarias de esos productos en peinados, prendas y jetas.
El resultado era estremecedor: cual húmedas lagartijas gigantes, inundaban las aulas de fragancias mortuorias que provocaban estornudos alérgicos, irritaciones de ojos y erupciones cutáneas.
Pero lo peor, lo peor, era cuando una acción tuya (una frase en una composición tema, una oración que a la tipa le pareció tierna o conmovedora) hacía que la dinosauria tuviera un breve derrame de sentido maternal, y te llevara hacia ella para abrazarte y besarte.
Ni pasándote un cepillo de acero embebido en Fluido Manchester lograbas sacarte ese perfume dulcemente hediondo que te penetraba la piel ni bien hacías contacto con las capas de cremas, pinturas y cementaciones que nunca terminaban de fraguar sobre el asqueante rostro de la segunda mamá.
¿Y tú, oh, lector, qué recuerdas de todo esto?
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Comentarios
Qué vivo... con un futuro Jedi, cualquiera se hace el bueno... XD
Nosotros alzamos la mirada, una mirada de niño que recorrió el piso tratando de llegar al origen de tal desagradable sonido....sin embargo, nuestros ojos se tropezaron con el oscuro túnel abierto de par en par formado por las piernas abiertas de la enana-pedante-g orda-inmunda.
Lo que vimos es innombrable para la mente vulnerable de 28 niños de 10 años. Nunca nos recuperamos.
De hecho, aun en su sepelio recordábamos el triste suceso que nos tocó vivir.
Cuando me la encuentro en la calle me agarra a los besos, si me habra echo llorar!!!!!!!! Y para colmo si le contaba a mi mamá, tambien docente me ajusticiaba ella tambien, por que seguro algo hiciste.
A: Y... algo habrás hecho.
Otra vez, "alguien" pinto su nombre en la pared del curso, NOS HIZO LIJAR Y PINTAR TOOODO EL CURSO. Después otro "alguien" tiró un papelito en el patio y nos hizo formar una fila a lo largo del patio y juntar tooodos los papeles que había. LETRA CON SANGRE ENTRA¡¡¡¡¡¡¡
GRANDE DON CICUTTA, SE LO EXTRAÑA Y MUCHO¡¡¡¡ CÓMO LE HARÍA FALTA A LA ACTUAL "JUVENTUD" SU ESTILO. UN RECUERDO A SU GESTIÓN
Los de abajo hacia arriba y viceversa.
Los de la patilla (esos eran los de mi madre maestra)
Los del pilincho y flequillo
Los de oreja también, rectos arriba o al costado
Los circulares o giratorios
Y hábía un tongo especial, parecido a ese que nombraron, pero no tenía golpe, sino presión y arrastre, empujaban, y luego movian hacia la corriente del cabello.
En jardín de infantes, la maestra me ponía de castigo bajo el escritorio de ella, esa estrella era mi lujo.
estaba en la nuca y dolia mas y del golpe seco del puntero so-
bre los dedos, ay ay! pero nada mas. Contarle a mi mama sig-
nificaba una buena paliza y -Por algo te pego la maestra!.
Eran excelentes docentes y yo pase el secundario sin llevar
materias.
En primaria, fui alumno de un colegio religioso, en la época en que los mismos se dividían por género, así que recuerdos de tetas ni en pedo.
Los muy turros de los curas no eran menos atormentadores, y la variante exhibida en esas artes los pintan tal cual eran y son. Unos reverendo hijos de… Dios.
Muy común era que el turro de turno, de espaldas a la clase y trabajando en el pizarrón, se esmerara para reconocer la voz del subversivo y, dándose vuelta, disparara la tiza con una precisión que hoy quisieran tener los boinas verdes en Afganistán. Rematando el disparo con alguna joyita pedagógica tal como: ¡inútil! - ¡flor de familia debe ser la tuya! (con lo que cagaba al viejo y a la vieja de paso) – ¡hay que esperar que crezcas nomás para verte en la cárcel! Y una cuantas lindezas que fueron formando el intelecto y la psiquis de quien escribe.
Cuando la cercanía ameritaba mancharse con sangre, te ponían la mano en la cabeza, muy rapada de acuerdo al reglamento, y aplicando el pulgar de la misma en la base de la patilla, deslizaban el dedo hacia arriba con fuerza. Era para cagarse como dolía.
A la hora de escracharte públicamente, te obligaban a pararte debajo de la campana. Es así que a la alegría del recreo se adicionaba la burla, el chichoneo y hasta alguna patada en el culo al castigado, propinada por nuestros dulces compañeritos.
Naturalmente, una vez levantado el castigo, e identificados los maulas que se aprovecharon, comenzaba la cacería individual de los mismos, haciéndonos acreedores nuevamente de una corrección disciplinaria.
Hay que adicionar la tortura psicológica que nos brindaba la religión, dado que de la comparación con santos y otros boludos, salíamos siempre perdiendo.
Ser niño y sobrevivir ha sido un trabajo de la puta madre.
¡Qué te voy a decir!
A: Leyéndote aprendí a casi querer a la vieja turra de cuarto grado.
habìa un cura jovencito que cuando nos portàbamos mal
en algùn recreo, nos esperaba en la puerta del aula y nos
encajaba un tongazo.- Canchero yo, pasè rajando y cuando
levantò la mano, me agachè.- Todavìa me duele el culo de la
patada que me diò.-
Fue un excelente maestro.-
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