La del colegio secundario es una de las etapas más felices de la vida, si no la mejor. En ese inigualable trayecto, nos cruzamos con un catálogo de personajes entre compañeros de curso y congéneres.
Per esempio:
El traga: comencemos por lo peor. Se nos dirá que por estigmatizar a los mejores es que el paÃs está como está, pero quéselevacer, somos asÃ, y el traga hacÃa todo lo posible por merecer el desprecio popular.
Pinchaba las ratas colectivas (más aún, solÃa botonear a qué pool, barsucho o antro se habÃa ido el resto del curso), levantaba la mano ante tooodas las preguntas del profe (exponiéndonos a los demás como unos burros, con los brazos escondidos bajo el banco), jamás se plegaba a los pedidos de suspensión de pruebas (peor, cuando el profe preguntaba "¿todos están de acuerdo con postegar el examen?", el guacho ponÃa cara de "ufaaaaa, noooo, hagámoslo ahora, querido señor profesorrr") e impedÃa que se le copiara en lecciones y pruebas (en una actitud de lo más miserable, colocaban el brazo alrededor de la hoja para que no se viera lo que escribÃan).
Estos seres inmundos (casi siempre de pelo corto, raya perfecta y uniforme sin mugre) terminaban provocando el levantamiento del proletariado del conocimiento, que hacÃa tronar el escarmiento con "masas" (castigos en grupos, generalmente golpeando con las manos abiertas el lomo del traga, que ya sabÃa que tenÃa que permanecer de pie y con el torso quebrado, "sirviendo" la espalda) fulminantes que eran un canto a la justicia.
El repitente: Cada vez que se empezaba un año nuevo, los repitentes del curso eran una especie de élite del malandraje, que por su sola condición se ganaban nuestro respeto. Lo más común era que por conciencia de clase o por disposición de la autoridad, estuvieran todos amontonados en un rincón del fondo del aula. Eran los destinatarios de cada advertencia que profesores y preceptores nos hacÃan sobre "tener cuidado con las manzanas podridas que arruinan al resto del cajón".
Si uno de ellos llevaba dos o más ciclos lectivos repitiendo el mismo año, adquirÃa directamente el rango de superstar. Y si además era "uno que ya cogió", ascendÃa a la categorÃa de lÃder espiritual y polÃtico. El vago, para afianzar ese rol, solÃa relatar con lujo de detalles sus empomaciones, agregando, claro, detalles fantásticos que reforzaban el mito.
El pusilánime: No era un traga, pero se emparentaba con él en el deseo de agradar a profesores y autoridades. En la primaria era el tÃpico chupatraste que llevaba el regalo para la maestra todos los 11 de septiembre (y regalos de verdad, no tarjetas de dos mangos o hebillas para el pelo), y en la secundaria seguÃa haciendo carrera. SalÃa corriendo a buscar tizas cuando el profe avisaba que se habÃa quedado sin ellas, si el tipo necesitaba una birome él se zambullÃa sobre el escritorio para dársela y si preguntaba la hora el salame se la decÃa precisando hasta los segundos.
En las versiones más lamentables, este personaje podÃa llegar a gravÃsimas traiciones. Si una profesora llegaba con las pruebas tomadas en la clase anterior, ya corregidas, y decÃa algo asà como: "Un desastre todos, se nota que no le dan importancia a la materia, que son unos haraganes, que sus padres se drogan y no vigilan que sus hijos repugnantes agarren los libros", él asentÃa con la cabeza, para que la tarada se quedara con la idea de que él también era un bruto, pero con capacidad autocrÃtica y "voluntarioso".
El fantasma: En casi todos los cursos, sobre todo en el primer año, habÃa un estudiante fantasmal. Es decir, alguien que aparecÃa en las primeras semanas, pero después no entraba nunca más a clase, hasta que un dÃa aparecÃa, pero sólo por esa jornada, para luego volver a desaparecer. A veces, algunos contaban que seguÃan viéndolo, con el uniforme y todo, pero vagando por alejados puntos de la ciudad, dando la idea que hacÃa creer a sus padres que asistÃa diariamente al colegio.
El cagador: A diferencia del pusilánime, que sólo era un chupamedias profesional, el cagador era mala gente. No le importaba zafar a costa de enmierdar al resto. PodÃa batir una cagada tuya ante el celador para obtener algún beneficio o indulto, afanarte un mapa para entregarlo él y que vos te ligues el cero o quemarte cuando copiabas en la prueba porque a él lo habÃan pillado y no se querÃa ir solo al infierno. En el fulbito todos tratábamos de jugar en el equipo contrario para quebrarlo como quien no quiere la cosa.
El amigo para toda la vida: El aliciente para todas las demás especies. El tipo o la mina con quien ibas a poder contar siempre a partir de ahÃ, sin que todavÃa lo supieras. El tiempo compartido con ellos será parte de las pocas cosas que cuando estés muriendo y mires para atrás te harán sentir que valió la pena vivir.
La loba: En toda promoción habÃa una loba, como mÃnimo. Es decir, una mina de nuestro curso o de otro equivalente que nos tenÃa a todos más alzados que perro amarillo en enero. Si les hubiéramos tenido que pagar un mango por cada manopla que inspiraron, hoy tendrÃan más guita que De Narváez. Eso sÃ, que ni se te ocurra cruzártelas ya pasados los 40, porque están hechas bolsa.
La invisible: Las flaquitas cara de nada que siempre vivieron con una mezcla de asco e indiferencia el sÃndrome lácteo de los pibes de su curso por La Loba. Después de los 30, ellas se pusieron divinas. Pero tarde piaste: a vos (que también estás hecho mierda) te dan menos bola que a las recomendaciones contra el consumo de alcohol.
La boluda: Maricona a la que todo traumaba y que terminaba siendo un estorbo para los proyectos colectivos. Si se habÃa acordado escupir la silla del profe guacho y callar hasta la muerte el nombre del autor del plan, cuando el desgraciado patinaba al sentarse sobre el gallo y comenzaba el interrogatorio al curso, era la que terminaba quebrándose y batiendo todo. En las ratas, era la culposa que terminaba volviendo al colegio. En el viaje de fin de curso, la que avisaba que los del fondo estaban tomando ginebra. Una cruz.
El existencialista: Si uno se lo tomaba en serio, arruinaba todos los asados y choripaneadas. Sobre el final, cuando el vino o la cerveza ya habÃan fermentado entre neuronas, él se ponÃa a lloriquear por el pasado y por el futuro. Por suerte siempre habÃa un hijo de puta que se reÃa del vago hasta cuando contaba que la madre lo habÃa abandonado a los dos años adentro de un LaveRap.
El exterminador: Infaltable en cada grupo. Ser que evidentemente se alimentaba de animales muertos abandonados al costado de las rutas, ya que el inmundo olor que tenÃan sus pedos sólo podÃa generarse mediante el consumo de podredumbres carroñeras de ese tipo. Para colmo, el volumen y frecuencia de sus producciones gasÃferas eran inversamente proporcionales a los registros térmicos de la jornada. Es decir, en invierno, cuando todas las ventanas y puertas del curso estaban cerradas, se rajaban los peores flatos.
Además, como si la naturaleza se hubiera empeñado en hacerlos letales, sus descargas eran totalmente silenciosas, por lo que uno descubrÃa el ataque cuando ya era tarde para huir. Como agravante, prácticamente nunca se cagaban en lugares abiertos y solitarios, sino en el aula misma, en reuniones en recintos cerrados o en el colectivo del viaje de fin de curso (cada 60 minutos, como si sus culos se sintieran compelidos a dar la señal horaria a su modo).
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En memoria de Vicente Villaslova, mi amigo para toda la vida y para toda la muerte.
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Comentarios
Saludos :-)
Después está el otro medio parecido a este pero con menos recursos y le juega en pata en cancha de tierra con cascotes, y guarda que no te agarre en el medio de un balinazo que te desarma el cuerpo.
El lastre: Ese que nunca hace nada en el grupo pero siempre se las arregla para aparecer en la carátula del informe del trabajo.
Saludos, buena página la descubrà sin querer.
A: Buenos aportes, viejo, gracias.
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