Si a la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, reza una vieja canción de Los Wawancó. Pues bien: es cierto.
Con el DÃa de San ValentÃn sucede lo mismo. Los medios sólo nos muestran a esas parejas impecables que gozan con sonrisas de publicidades dentÃfricas, brindando el amor en lugares sin cucarachas. ¿Pero quién se ocupa de los desangelados, de aquellos que en los 14 de febrero no logran rutilantes victorias sino pardas derrotas?
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El equipo periodÃstico de AN recorrió la ciudad buscando esas historias negadas por el sistema, y las encontró.
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Naipes
Lucio está sentado en el bar desde las nueve y media, aunque su cita es a las diez. No querÃa correr el riesgo de que luego no hubiera mesas disponibles. Es que desde el año pasado viene intentando una salida con Soledad, la chica que en la facu lo tiene loco desde el instante en que ella apareció diez minutos tarde en la primera clase de análisis matemático. Él se acuerda de todo: que tenÃa una remera naranja con un hombro al aire, que llevaba una vincha plástica azul, que la pollera de jean permitÃa calcular unas piernas perfectas, que tenÃa un lunar bien al lado de la cicatriz de la vacuna bcg.
Él logró acercarse pero nunca pasó de ser una figura de tercera lÃnea en el grupo de amigos de ella. Las cosas que le dejaba en su Facebook, como mucho, lograban de parte de ella un "me gusta", nunca una respuesta que se pudiera considerar intercambio. Y las pocas veces en que él se animó a sugerir una salida, ella arrancó de cuajo la idea poniendo por delante compromisos previos que Lucio sabÃa que eran puro invento.
Pero esta vez el Cielo se puso de su lado. "Uy, ya estamos encima del 14 de febrero, quiere decir que salimos, jeje", soltó él, bajo el disfraz de una broma, con las mismas esperanzas de quien tira el anzuelo en una pileta de lavar. Se quedó helado con la respuesta de ella: "'¡Ay, sÃ, dale!"
Diez y veinte. Y claro, qué boludo él para pensar que era cierto. Mirá si ella iba a venir a pasar el DÃa de San ValentÃn con él. Qué pelotudo, por Dios. Qué hijo de puta el Cielo. Esas cosas no se hacen.
Lucio mira el andar sinuoso del mozo que le trajo la Quilmes y los manÃes (aunque en realidad la cerveza no le gusta, pero pensaba que Soledad no se iba a impresionar bien si él la recibÃa con una Mirinda) para pedirle la cuenta, pagar e irse. Entonces, el destino juega el macho de bastos. Soledad cruza la puerta del local, mira hacia los lados, él salta sin decoro para señalarse a sà mismo, ella se acerca, se besan las mejillas y su risa es el mejor augurio del universo.
Las manos le tiemblan a Lucio, asà que para que no se le note se abstiene por unos minutos de alzar el vaso de la cerveza, y mientras ella habla del motivo de la demora a él se le escapan los manÃes por todos lados, asà que también decide detener por un rato esa faena.
Los nervios van reduciendo su frenesÃ. Lucio ya hasta logra entender oraciones completas de Soledad, aunque se pierde al ver la boca de ella moviéndose entre las palabras. Piensa si conviene hablarle esta misma noche de lo que siente, o conviene "dejarla madurar", como le decÃa el tÃo Ignacio cuando le daba espontáneas clases de levante mientras se lavaba las musculosas porque la tÃa Edelmira lo habÃa dejado. El mozo se acerca, ella le explica lo que quiere. Lucio aprovecha para escribirle un mensaje de texto a Marcelo, su amigo y compañero de la facu, para contarle que está con la Sole, al fin con la Sole.
El mozo se aleja, ella dice que le gusta el lugar, le dice que la chomba le queda "súper", le acomoda el cuello. A él le arden la cara, la nuca, el pecho, los infinitos costados del alma.
-Bueno, por fin puedo hablar con vos -dice ella, acomodándose el cabello con ese modo suyo-. Pero quiero que seas sincero.
A Lucio le quedan cuatro manÃes clavados en la garganta.
-¡SÃ, sÃ, sÃ! O sea, sÃ, más vale, re-sincero.
-Ok, gracias. Bueno... ji... bueno...
-Jiji.
-Bueno, decime, ¿a vos Marcelo te pregunta por m�
El destino siempre se guarda el macho de espadas para el final.
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El cambio de Elena
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Elena entendió. Sus amigos y las hermanas de él ayudaron muchÃsimo para que sucediera. Al fin comprende que no es que Ramiro no la quiera ni que la destrate. Es ella la que siempre lo recibe con un problema nuevo, sin arreglarse, con los reclamos y las costeletas de siempre.
"¿Cuántas veces él mismo te dijo que vayas a la peluquerÃa, que no te preocupes por la plata, que él te da lo que haga falta, que te dejes de hacer ese rodete del año del pedo y que no te hagas teñir más por la Yoli?", le dijo Marisa, con toda razón. Y Luciana fue quirúrgicamente franca: "Tirá el vestido bordó; ya camina solo".
Lorena le confirmó que Ramiro se queja con el marido de ella sobre su poco cuidado personal. "Él dice que te ama, que sigue muriendo por vos, pero espera un gesto de cambio, que rompas la rutina, que seas más audaz, que le gustarÃa una noche volver a la casa y encontrarte hecha una loba, que le vuela la cabeza pensar eso y que lo frustra muchÃsimo que nunca pase", le contó.
Tres de las chicas la acompañaron al peluquero. "Al coiffeur, boluda", la corrigieron. Elena se escandalizó. Ciento ochenta mangos por lo que la Yoli le hacÃa por veinte. "No vas a comparar, ¡mirá cómo quedaste!", le dijeron las chicas, excitadas con su nuevo look. Y en la tienda la empujaron hasta que aceptó tarjetear 620 pesos por un vestido que ella miraba mucho como para poder explicarle después a la modista del barrio cómo lo tenÃa que hacer. Los zapatos, por suerte, se podÃan pagar en doce cuotas de 80.
En la casa, ella vuelve a dudar, mientras las otras vuelan a su alrededor acomodándole detalles, pintándola, rociándola de perfume. "¿No estoy muy de loca de la calle?", pregunta al verse la falda tan encima de las rodillas, las medias negras, el escote tan hondo, la boca tan roja, la mirada tan necesitada. "Una dio-sa", le contesta Marisa, y las demás dan saltitos aprobatorios.
¡Las nueve y veinte! Él debe estar por llegar. Las chicas huyen de la casa con risitas de ardillas, le hacen jurar que les va a contar todo, Marisa le dice al oÃdo que le dejó un gel Ãntimo saborizado en la mesita de luz y le ordena que lo use.
Se oye la puerta. Los pasos de Ramiro en el living indican que duda al no verla esperándolo. Luego escucha que enfila hacia la habitación. Ella, parada contra la ventana, se acomoda el flequillo por última vez y cuando lo ve aparecer, modula todo lo que puede y le dice:
-Feliz dÃa del amorrrr...
-Gracias. Traje un pollo. Apurate con la ensalada que a las diez pasan una de Steven Seagal en Telefé.
Los pasos vuelven hacia la sala, y se escucha ahora el televisor. Elena abre el cajón de la mesita, y mira el sobre con el gel. Sabor durazno. Se lo lleva hacia la cocina. Por ahà le da un toque distinto al pollo.
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Comentarios
"...con las mismas esperanzas de quien tira el anzuelo en una pileta de lavar".
"los infinitos costados del alma"
"Entonces, el destino juega el macho de bastos"
Recortes
Un abrazo
A: ¡Gracias, Jorge!
A: A cambio del aporte a cuenta de aguinaldo, todos los redactores de AN ceden al Grupo los derechos sobre los textos que elaboran. Oportunamente se hará una publicación corporativa.
PD: también estoy contento por volver a comentar en angau
A: Uelcom!
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