La aberrante práctica de muchos vecinos de arruinar pelotas de fúbol cada vez que éstas caÃan en sus propiedades desde alguna canchita o potrero aledaño no sólo generó un inconmensurable daño emocional a los perjudicados por esa práctica, sino que además provocó pérdidas económicas siderales.
Quien se encargó de dimensionar ese otro aspecto de la inutilización de balones es el profesor Edgar Alberto Beniega, docente del prestigioso centro IASCOV (Instituto de Investigación de Asuntos Sociales Colaterales VamoecÃ), de Villa San Juan, en Resistencia.
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Para ello realizó un impresionante relevamiento a nivel paÃs, valiéndose de entrevistas con zapateros (habituales cirujanos de las pelotas dañadas) de distintas generaciones, encuestas de amplias muestras seleccionadas al azar y entrevistas efectuadas con la ayuda de las redes sociales.
Las conclusiones de su trabajo son estremecedoras: por los homicidios peloteriles el paÃs sufrió en los últimos setenta años pérdidas por un total de 1.828 millones de dólares.
"En la cifra hay, obviamente, un factor de interpolación, porque evidentemente no me dediqué a hacer un inventario de cada caso de DB (destrucción balompiésica, en la jerga técnica) sino que programé una exploración territorial representativa, incluyendo una segmentación de la evolución del fenómeno por franjas etarias y perÃodos de actividad, y considerando las variancias de cada factor proyecté la estimación final", dice Beniega en su diálogo con AN.
El investigador tiene 49 años y el descomunal relevamiento encarado no es casual: él mismo fue vÃctima de la práctica que puso bajo la lupa cientÃfica.
"Entre los 5 y los 14 años de edad perdà un total de setenta y dos pelotas de cuero número 5, a manos de lo que en mi equipo llamamos sujeto VASDP, es decir Vieja Asesina Serial De Pelotas. Son casos extremos dentro del universo de las personas que cometen DB. Llega un momeno en que no sólo destruyen cada pelota que cae en sus patios, sino que además necesitan hacerlo. Escuchan que juegan al fútbol al lado, y se desesperan, segregan más saliva, se les incrementan los valores de ritmo cardÃaco y presión arterial, sufren temblores y escalofrÃos. Arañan las paredes a la espera de que alguien patee alto y les haga caer una pelo en sus viviendas", explica el experto.
Un daño profundo
Beniega deja en claro que si decidió medir el perjuicio monetario de la destrucción dolosa de pelotas "no es porque considere que el económico es el aspecto más importante, sino porque soy consciente de que es el que más va a despertar la atención sobre mi investigación. Pero no tengo dudas de que el daño más profundo es el emocional, la afectación del alma de millones de niños y jóvenes en décadas y décadas de hechos de esta naturaleza ejecutados, las más de las veces, con total impunidad".
Aunque parecen fastidiarle las referencias personales, el investigador recurre a su propia historia para ejemplificar lo expresado antes. "Yo no sólo perdà esas 72 pelotas, sino que sufrà otros cambios y afectaciones. Por ejemplo, siendo, modestamente, un delantero prometedor, de gran potencia en las definiciones, a partir de estos episodios fui modificando mi actitud de juego. Al cabo de los años, aunque recibiera a pocos metros del arco una pelota picando, de esas dulzonas que hacen que uno disfrute anticipadamente la posibilidad de partir el arco con un bombazo rompebrazos, yo optaba por un toque suave y rastrero, lo más bajo posible, para evitar el riesgo de la caÃda baloneril del otro lado del muro. En la etapa más dura, cuando ya llevaba años de soportar la pérdida de pelotas, incluso pateaba los penales con pases hacia el mediocampo", rememora con los labios tensos.
"Pero además -prosigue sin necesidad de nuevas preguntas-, también se fueron haciendo distintas otras cosas. Mi viejo, por ejemplo, que al principio me compraba pelotas Adidas, e incluso la grandiosa Tango del Mundial '78, al ver las sucesivas bajas se dio cuenta de que no tenÃa sentido invertir tanto, y la calidad de las pelos que me regalaba cayó en picada. Al final ya me caÃa con unas Top Gol, ésas que uno las apretaba un poco con las manos y ya quedaban ovaladas. La última que me compró ya era tan berreta y tan poco estable en su forma, tan parecida a un simple globo, que el papá de un amigo la usó para hacerme con ella un perrito salchicha".
Beniega sacude la cabeza como queriendo sacarse los recuerdos de encima, y vuelve a los detalles del trabajo. "Las pérdidas mayores se dieron entre 1940 y 1980, lo cual tiene su lógica. Se hacÃa más vida de barrio, el picadito con los amigos de la cuadra era tan infaltable como el Toddy de la tarde, las ciudades estaban repletas de canchitas, baldÃos y potreros, y los viejos matapelotas se sentÃan más impunes. Hoy los Ãndices son una octava parte que hace treinta años. No sólo porque hoy un nene al que le pinchan la pelota no tiene ningún problema en descuartizar con su sacapuntas al viejo en cuestión, sino porque además los negocios y negociados inmobiliarios masacraron los espacios verdes y el fulbito fue reemplazado por esas consolas que ayudan a los chicos a simular que están teniendo una infancia".
El estudio completo será presentado este sábado, a las 15, en el predio en el que el cientÃfico jugaba al fútbol en aquellos duros y maravillosos años. Será una sencilla ceremonia que concluirá con el lanzamiento de la carpeta al otro lado del muro que flanquea al baldÃo, en el que hoy se levanta una torre de departamentos. Doña Cota, la vecina del terreno, murió quince años atrás. Beniega acudió al sepelio, con una pelota bajo el brazo.
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Comentarios
Muy bueno el final.
Va en serio: soy de los que jugaban mucho al fútbol en la niñez y la juventud.
Ante esta realidad: la falta de canchitas, el gobierno deberÃa apoyar en serio a los clubes en los que se practica deporte en categorias menores. Sé de clubes en los que padres y madres tienen que hacer empanadas , pastelitos ,etc y vender para poder tener camisetas, botines, pelotas.
El gobierno destinó millonadas al Club Sarmiento, mucha de esa plata de LoterÃa Chaqueña.
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