"¡No se vaaaa, Maderna no se va, Maderna no se va, Maderna no se va!" Parado a dos metros del alambrado, Norberto Héctor Maderna besaba el silbato y lloraba como un niño, golpeándose el pecho como señal de amor a esa multitud que le brindaba una aclamación con sabor a epÃlogo.
Fue el 24 de agosto de 1997, cuando se hizo el partido-homenaje a quien fuera un árbitro irrepetible en la historia del fútbol mundial. Maderna logró -en sus 38 años de referato- tal nivel de admiración que los hinchas se dedicaban más a aplaudir sus decisiones que a alentar a sus equipos o a defenestrar a los adversarios.
En aquel encuentro de despedida, el resultado fue lo de menos. A nadie le interesó el 2 a 2 entre un seleccionado de Resistencia y otro de los jugadores del interior del Chaco. Todos los ojos se posaron sobre él, que se despidió desbordado por la emoción. "El pito no se mancha", balbuceó, en una frase casi escatológica, antes de quebrarse en llanto y recibir una de las ovaciones finales de su incomparable carrera.
Pasión de toda la vida
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Maderna nació en Fontana, Chaco, el 12 de julio de 1930. Hijo de un trabajador de la curtiembre local y de una morruda paraguaya que hacÃa los mejores panes caseros de la región, su vocación por el arbitraje apareció tan pronto el fútbol asomó en su infancia.
"Al principio me gustaba jugar al arco, o de delantero. Pero ni bien supe que existÃa el rol de árbitro, y en qué consistÃa, no quise jugar más: yo querÃa ser el réferi. Y desde ahà fue el único rol con el que entré a un partido, asà fuera en un potrero de barrio o en una cancha profesional", recordó él en una entrevista publicada en "¡Qué cobrás!", una revista dedicada Ãntegramente al mundo del arbitraje.
Sus condiciones naturales quedaron expuestas tan pronto comenzó el curso de réferi. Sus prácticas dirigiendo partidos de las divisiones inferiores de la Liga Chaqueña de Fútbol confirmaron su talento prodigioso. Era capaz de ver hasta las infracciones más ocultas y los foules mejor disimulados.
El debut en la primera división provincial llegó a los 19 años. Fue en un choque entre Central Norte y Regional. Las hinchadas, al verlo tan novato, lo putearon como por las dudas, ni bien lo vieron aparecer. Pero para el segundo tiempo ya ambas aplaudÃan sus fallos. "Tiene un aparato de rayos equis en los ojos; ve lo que nadie más podrÃa ver, sin fallar siquiera una vez", decÃa la crónica del dÃa siguiente en el diario El Territorio.
La precisión y firmeza de Maderna comenzaban a hacer historia, y su fama iba creciendo. Además, su agraciada estampa de galán le hizo ganarse rápidamente los favores de la platea femenina. Cuando con caracterÃstico ademán daba un salto para quedar tieso señalando el área a fin de cobrar un penal, los suspiros y alaridos de las mujeres llegaban a tapar las exclamaciones masculinas.
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El poder de lo justo
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La infalibilidad de Maderna irÃa atravesando los años indemne, tornándose legendaria. La confianza de los espectadores en él se volvió total, al punto que en 1972, cuando cobró un penal contra Chaco For Ever, que recibÃa en su estadio a Sarmiento, un hincha del propio equipo local saltó el alambrado para derribar de una trompada al capitán albinegro, que protestaba el fallo. "¡Si éste te dice que é penal, é penal, conchatuvieja!", le gritó el sujeto al jugador, que se tomaba la quijada revolcado sobre la gramilla. El árbitro era asociado como ningún otro personaje público al concepto de justicia.
La madurez lo recibió con un prestigio que lo convirtió en un intocable, un hombre que despertaba una suerte de admiración automática. Incluso cuando marcaba un saque lateral no faltaba el plateÃsta que se paraba a ovacionarlo.
Hasta los relatores de fútbol centraban su atención en él tanto como en el juego de los equipos contendientes. Obsérvese esta desgrabación de un relato de Edmundo Duncan Molina, de 1983, en un amistoso entre Sportivo Patria de Formosa y Tacuaral Rasposo de Puerto Vilelas: "...La va llevando Villasán, la toca para Cabrera que ya pisa campo de Patria, por la derecha va mirando Maderna, sigue Cabrera, le sale al cruce Glorioni, finta de Cabrera y pase para Torsutto. Maderna cruza en diagonal con buen tranco para seguir la jugada, Torsutto hace un largo cambio de frente para Galarza, la baja, la pisa, Maderna cambia el silbato de mano demostrando gran manejo técnico, centro pasado de Galarza que no se va por lÃnea de fondo. Retiene ahora Klaugersen, trata de salir jugando, lo presiona Cabrera sobre su espalda, Maderna observa afinando la mirada con astucia y prestancia. La quita Cabrera y encara hacia el área, atención, ¡centro de Cabrera para Galarza que entra solo, Maderna prepara el silbato porque hay peligro de gol y él siempre está tan atendo que no se le escapa nada y mucho menos ahora que esto está que arde, Galarza la empalma de voleaaaaaaa yyyyy Maderna que corre hacia el mediocampo con trote corto pero firme, haciendo sonar el silbato con un afinamiento perfecto, señores, qué manera de convalidar un taaantooooo! Maderna saluda y las dos hinchadas se ponen de pie!¡Maderna, Maderna, Madernaaaaaaa diceeee: ¡Tacuaral uuuunooooo, Patriaaaaa cerooooooooo!"
Algo similar sucedÃa con los periódicos, que solÃan ilustrar las coberturas de las fechas del fútbol con imágenes en las que el primer plano solÃa estar reservado al popular juez. En 1987, la tapa de diario Norte por un campeonato ganado por Villa Alvear estuvo gobernada por una foto en la que se ve a Maderna secándose la transpiración y detrás, casi totalmente tapados por el árbitro, a los ganadores festejando el torneo.
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La etapa final
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Por supuesto que la estima sobre el referà no era unánime. Mañosos y sobornadores habituales del mundo del fútbol lo detestaban. Los ofrecimientos de coimas y favores a cambio de fallos viciados rebotaban en él como contra un camión blindado. Su nivel de vida era suficiente prueba de ello: habitaba con su mujer y sus tres hijos una deteriorada vivienda Fonavi del sur de Resistencia y se movilizó, hasta su retiro, en un Renaul 4 modelo '75.
Quizá fue esa misma honestidad la que siempre bloqueó su llegada a las categorÃas más altas del deporte argento. Él nunca hizo reproches por eso. "No me gusta Buenos Aires", era su comentario inmediato cada vez que alguien -con buenas o malas intenciones- le preguntaba el porqué de su confinamiento vitalicio al ámbito provincial.
Ya pasada la barrera de los 50 años, las versiones sobre su retiro circularon una y otra vez. La idea de que pronto dejarÃa de vérselo en las canchas incrementó la afluencia de público a los estadios. Maderna estaba más lento, habÃa perdido la reacción de sus veintitantos y el luminoso jopo que cautivaba a las damiselas era ya un mustio enjambre sostenido con más empecinamiento que entereza. Pero su prestigio seguÃa impecable.
El retiro se precipitó a partir de una desafortunada acción en un Sarmiento-Don Orione. Maderna corrÃa detrás de un ataque de los visitantes, cuando tropezó con una mata de pasto e involuntariamente cayó sobre el marcador central de los locales, al que le quebró la tibia derecha. El árbitro, a su vez, sufrió un cuádruple fractura de fémur. Antes de perder el conocimiento, en un gesto que lo pinta de cuerpo entero, se expulsó a sà mismo por el daño al jugador, mostrándose -con la mano temblorosa de dolor- la tarjeta roja.
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El adiós
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Una sucesión de cirugÃas pésimamente ejecutadas impuso la necesidad de colgar el silbato. Maderna apenas si podÃa correr, y cuando lo hacÃa pagaba el precio de tener que soportar dolores de martirio. Fue entonces que un grupo de directivos y jugadores organizó el partido de tributo.
El encuentro, como todos los de su tipo, fue preparado para el lucimiento del homenajeado. Los cuatro goles fueron convertidos a raÃz de igual cantidad de penales cobrados por Maderna pero provocados adrede por los marcadores de ambos equipos. El árbitro, como dando lo que se esperaba de él, hizo más aparatosos aún sus movimientos para marcar cada falta.
El final, con su mensaje conmovido a las tribunas repletas, hizo lagrimear hasta a los barras más rudos. Para el cierre de la ceremonia, su esposa ingresó para hacerle entrega de una medalla y una plaqueta. Él la expulsó por ingreso no autorizado al terreno de juego.
Luego aparecieron los hijos del réferi. "Es un gusto que siempre me quise dar y nunca pude", explicó él. Los muchachos, entonces, se acercaron, lo putearon de arriba a abajo, lo escupieron, le tiraron botellas de plástico, lo salpicaron con orina y casi lo tumban con el lanzamiento contra su espalda de un pedazo de madera sacado de las tribunas.
Maderna los abrazó, y una ovación más, la última, indicó el tiempo de ir a los vestuarios.
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Comentarios
Hace muchos años, cuando yo jugaba al fútbol infantil en un pueblo del Chaco (no quiero decir Sáenz Peña), habÃa un equipo que se llamaba "Guarda la tosca". Creo que también tenÃa un nombre novedoso, pero no tan innovador como el del artÃculo.
A mi humilde sentir, el cuento de Yasduit es uno de los mejores que se publicaron en este portal.
A: Coincidimos con vos en que es uno de los textos menos deplorables de YP.
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