Dejamos de hablar porque entra un flaquito de musculosa blanca sucia, bermudas y ojotas. Transpirado, la cabeza llena de rulos movedizos, interroga: "¿Me conseguiste eso?". Rulo lo mira con gesto de pena administrativa. "No, che, no pude. Dos cositas te bajé, pero eso no. Una es una historia de vos en un campo todo azul y gomoso, y vas caminando haciendo la vertical hacia un montecito de vidrio. Lo otro era... era... puta... pará que me acuerde... ¡Ah, sÃ, lo de abajo del agua! Es vos paleando en el fondo de un lago, o un mar, como si hicieras un hoyo para algo".
El flaco hace un gesto de desdén. "SÃ, ya sé, y que ahà planto una jirafa, como si fuera una planta". "¡Éseeee mismo! Que luego aparece tu vieja creo que es, y te sirve un plato de lentejas que cantan 'We are the world, we are the children' en ritmo de bachata". El otro arruga la cara como reafirmando que no le interesa. "Buscame lo otro nomás, vengo mañana o pasado, chau".
El que acaba de irse es apenas uno de los tantos clientes que pasan cada dÃa por la casa de Rulo Bazarte, el joven de Villa Centenario del que supimos casi por azar y que desde hace meses ejerce un oficio asombroso: "Baja sueños", tal la definición que dan en el mismo barrio cuando pedimos referencias acerca de él.
"Los bajo con esto", dice Rulo sin darle importancia al asunto, y pone sobre la mesa un bodoque de plaquetas, cables, transistores (o algo asÃ), luces y conectores que se parecen a una radio desprovista de su carcasa.
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Las vueltas de la suerte
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La manera en que él se toma su logro nos asombra casi tanto como su invención. "Es un descajete explicarte, pero el tema es más o menos asÃ. Yo siempre me dediqué a bajar de internet música, pelis, programas, juegos y porquerÃas por el estilo. Como hay cada vez más competencia se vende poco y mal, porque si no achicás los precios, fuiste. Entonces, para reducir costos quise armar algo para engancharme a cualquier güaifai sin necesidad de tener que escanear contraseñas ni nada por el estilo".
Entonces se detiene, y nos mira para ver si vale la pena seguir. Con el fotógrafo ponemos cara de estar comprendiendo too perfectamente. Bazarte prosigue: "Resulta que armo esto que te mostré, y en el monitor de la notebook me aparecÃan de tanto en tanto imágenes. Al principio pensé que eran de una señal débil de algún canal de tele. Varias noches estuve asÃ, y de a ratos aparecÃan imágenes borrosas en movimiento. Yo no daba bola, viste, y seguÃa buscando la forma de ajustar el equipo vamoecÃ. Pero una noche que llovÃan soretes de punta veo que una de las imágenes era de mi abuela, que murió el año pasado. Y enseguida apareció mi vieja, haciendo chipá cuerito con ella, las dos cagándose de risa. Mi vieja hacÃa mucho que no se reÃa asÃ. Corrà a la pieza y la vi que estaba durmiendo, pero se sonreÃa. Era re-loco".
-¿Ya pensabas que habÃas pescado en la pantalla un sueño de ella?
-SÃ, aunque pueda parecer raro, al toque pensé eso. Pero al toque también me dije que no, que era un pelotudo por pensar que lo que estaba cazando era la señal de un sueño.
-¿Y cómo lo pudiste confirmar?
-En ese momento no podÃa grabar lo que bajaba al monitor, asà que filmé con el célu lo que aparecÃa en la pantalla. Después traté de mejorar la recepción de imagen, y ni me di cuenta de las horas que pasaron, porque por ahà no se veÃa un carajo (calculo que porque el sueño ya se habÃa terminado) y tenÃa que esperar hasta que apareciera algo. Cuando ya habÃa amanecido seguÃa en eso y se despertó mi vieja. Se puso a preparar el mate, la llamé y le mostré lo que tenÃa en el teléfono. Se largó a llorar, y me dijo que ya se habÃa olvidado que habÃa soñado con la abuela, pero que sÃ, era eso lo que habÃa visto mientras apoliyaba.
-¿Cómo es que algo tan inmaterial como un sueño se puede bajar como si fuera un archivo digitalizado?
-No es exactamente como un archivo digitalizado, es... A ver, cómo te explico... Te aviso que es un descajete, eh, no sé si lo vas a entender. Pero lo que te aclaro es que yo digitalizo la percepción, no el sueño. O sea...
-Está bien, dejemos el aspecto técnico. El tema es que de inmediato te surgió una demanda tremenda para que bajes más sueños.
-SÃ, porque mi vieja les contó a los vecinos, les mostró el videÃto y ¡zas! empezaron a llover los pedidos.
-¿Pero vos te das cuenta de que es una invención impresionante la que concretaste?
-Y capazmente que sÃ, viste, pero de puzuca nomás. AsÃ, de pedo, inventa cualquiera.
-La casualidad siempre tuvo algo que ver con los grandes descubrimientos.
-Igual, no me compensa, porque yo a lo mejor en una noche pesco dos sueños, entendés. ¿Y cuánto puedo cobrar un cidà con un sueño de miércoles que a lo mejor dura cuatro, cinco minutos?
-¿Cuánto lo estás cobrando?
-Veinte mangos.
-¡Veinte pesos por un sueño grabado!
-Quince si me traés el cidà virgo.
-Es una locura, estás regalando una cosa grandiosa.
-¿Y cuánto querés que cobre?¿Treinta? ¡Si a quince estoy vendiendo las pelÃculas! Y a veces hay cada sueño carachento que vos decÃs "esto no lo puedo cobrar". El pibe éste que entró recién ¿sabés qué quiere? Que le grabe un sueño que él dice que tiene siempre y es un gol de mierda que una vez le hizo en una canchita del aeropuerto al padre de su mina. Y para cargarlo nomás debe ser. ¡Las bolas asà ya me tiene! Y no hay caso, le bajo sueños de él volando, de él empartusado con la Jelinek y una prima, de él haciendo versiones acústicas de temas de Los Wawancó en MTV, y nada. Él sólo quiere el golcito poronga.
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Soñar no cuesta casi nada
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De las horas que compartimos con Rulo la conclusión que sacamos es que su asombroso invento le ocasiona más contrariedades que beneficios. "La gente pesadea mucho, no entiende lo que le explicás, cree que vos enseguida les podés bajar el sueño que buscan", se queja, mientras transpira como si fuera un policÃa mexicano en un film yanqui.
Rulo es gordo, con esa gordura del que nunca jugó a la pelo. Se nota que es buenazo, pero que la situación lo desborda. "Uyyyy, la vieja de mierda", salta cuando a través de la ventana vemos a una mujer de unos sesenta años, de aspecto impecable y cabello teñido con un rojo estridente.
Entra, saluda y pone un cd sobre el mostrador que Rulo improvisó con un viejo chifonier acostado. "Otra vez el Ernesto a mitad del sueño se me convierte en llave inglesa", resopla. Rulo explica que el sueño es asÃ, que él sólo lo graba, que es el subconsciente de ella el que decide. "Yo soy una persona de las de antes, cuando habÃa valores; yo no tengo subconsciente", responde la doña, que exige una nueva grabación y se retira sin alzar la voz.
"A esta le voy a cobrar cuarenta, me tiene las bolas al plato", maldice Bazarte, que se saca el sudor de la frente con la mano y tira el disco sobre una pila de revistas de informática cubiertas de pelusas y cables.
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Hay de todo
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El pequeño living-comedor de la casa es algo asà como un taller de electrónica que acaba de ser requisado por agentes de la CIA. Hay cosas desparramadas por todas partes, placas polvorientas ubicadas en cualquier lado, monitores acomodados con esfuerzo entre sillones tapados de pelos de gatos, cajones abiertos de los que asoman mil objetos y macetas con plantitas raquÃticas.
El nuevo trabajo le sacudió a Bazarte más de una convicción. "Más allá de lo que le dije a la vieja, yo ya no sé si es el subconsciente o qué cajeta, porque pareciera como que hay algo más. Yo bajé sueños de gente desconocida avisando de peligros que terminaron siendo reales, y también guachadas que vos no te podés imaginar. Por ejemplo, a un tipo se le aparecÃa un tÃo muerto, y le batÃa los números de la quiniela de cada viernes. Ganó cinco semanas seguidas, juntó un fangote de guita y a la sexta lo perdió todo. El viejo le habÃa dado un dato errado, y volvió a aparecerse en el sueño del sábado: 'Te cagué porque nunca fuiste capaz de ir a darle a la tÃa aunque sea una parte de lo que te hice ganar, forro de mierda', le dijo. Y nunca más lo pudo soñar".
Rulo ya tiene esbozada una clasificación de sus clientes. "Están los rompepelotas como la vieja ésta, que no aceptan lo que sueñan y te hacen bajar montones de veces lo mismo, o como el flaco que viste antes, que anda detrás de un sueño en particular y te hace perder tiempo al pedo con los otros. También está el que se enoja porque viene acá sin saber bien qué anda soñando, y después se cabrea porque le das el cidà y resulta que tiene sueños que no le gustan. Acá a la vuelta hay un gendarme que casi me caga a piñas porque dÃa por medio sueña que corre por la avenida Sarmiento de la mano con un alférez que conoció en Las Palmas. ¿Y yo qué culpa tengo?"
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Gira la vida
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Están también, dice, los que representan la cara bondadosa del oficio. Los "pacÃficos" (como los denomina) que van por curiosidad y miran sus producciones onÃricas con cierta diversión. Y están además los que lloran de felicidad cuando, por fin, pueden tener algo con lo cual revivir las veces que quieran el reencuentro con seres amados perdidos o con una infancia demasiado añorada.
"Hace dos semanas una señora vino, me besó las manos y me dejó una pastafrola. Yo le habÃa grabado unos sueños simples, de ella cocinando un arroz para sus chicos y el marido. HabÃa sido que murieron en un accidente", dice Rulo y la voz le flamea como una bandera.
Él mismo también se reconoce como un cliente insoportable. Cuando duerme (en sus horarios impredecibles de albañil tecnológico), se coloca el dispositivo necesario para la descarga (un celular reformado, sujeto mediante una banda elástica a la frente del soñador, que funciona como captador de señales y las reenvÃa al ordenador que Rulo utiliza como servidor central) y al despertar va con ansiedad disimulada a revisar qué hay en la bandeja de entrada. "Quiere el beso con la Normi en la costanera, al lado del Paraná, hace una cachilada de años", delata Ña Mari, la madre del Rulo, mientras nos convida un mate. "¡JamentÃ, mamá, no venga romperme las pelota acá!", reacciona él. "Ella se jue y éste se quedóoooo estrañándola", completa la viejita, alargando el verbo como si asà dibujara un tren que se aleja irremediablemente del andén. Y después se va a cambiar la yerba a una cocinita de muebles de fórmica bordó deformados por la humedad.
De reojo miramos los archivos que Rulo va abriendo desde una carpeta llamada "MÃos sin revisar". Una canilla que gotea pájaros, una bruja que le muerde las orejas mientras él se defiende con un aerosol limpiateclados, un submarino que trepa por el edificio de la Dirección de Rentas, el gol de chilena de Francéscoli a la selección polaca en el ochentaypico, una plaza en la que Rulo juega en el subibaja con Bob Esponja. Cierra todo con fastidio, y enseguida atiende a una chica que viene a buscar un dvd con la última de Adam Sandler.
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Comentarios
"Muy lindo el programa, los escucho siempre" Saludos desde Santa Fe. (Cap.)
A: ¡Un abrazo, Andrés, y mandá alfajores, porfa!
A: Son amigos del literato de Villa San Juan que entran en penoso estado de ebriedad al portal, sepa entender, estimado Pere.
A: Y pagarle a Dolina en el Chaco, ni te cuento. Por eso lo tenemos al Chuñi, que con vales del Ecónomo nos hace el aguante.
A: Repetimos lo que ya hemos dicho varias veces: no lo halaguen o va a terminar creyéndose que se merece más de 38 pesos por artÃculo.
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