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Claudio Tolcachir, quien el próximo jueves desembarcará en su sala Timbre 4 con «Rabia», el unipersonal que protagoniza basado en la novela del escritor Sergio Bizzio y que lo pone en la piel de un hombre que se esconde de la Justicia en la mansión donde su novia trabaja como empleada doméstica sin que ella lo sepa, reconoció que «está buenísimo cuando el teatro te hace ver que no es tan fácil estar siempre de un lado y que hay que intentar comprender por dónde va lo que no es parecido a uno».
«Esta obra dialoga en muchos sentidos con la realidad, no literalmente porque nunca me interesó hacer ese tipo de teatro, pero creo que tiene este valor porque vos terminás empatizando con un personaje con el que nadie quisiera cruzarse en la vida real y, sin embargo, la genialidad de Bizzio hace que uno termine queriendo que se salve aunque le dé miedo», reflexionó Tolcachir, director de «La omisión de la familia Coleman» y «El viento en un violín» en una entrevista con Télam.
«Rabia», la novela publicada por Bizzio 2004, está enfocada en José María, un albañil que después de un grave incidente se esconde en la buhardilla de la mansión donde trabaja su amor, Rosa, sin que ella lo sepa. Allí se convierte en un testigo fantasma de la vida de los dueños de casa y de su novia, sin poder accionar frente a las injusticias de las que es testigo. Desde las sombras, tiene que ingeniárselas para sobrevivir y, tal vez lo más complejo, aprender a lidiar con su «yo» interior.
Escrita 15 años años antes de que «Parasite», el filme de Bong Joon-ho sobre una familia que también se escondía en una casa de clase alta y que se llevó la Palma de Oro en Cannes y arrasó en los Oscar, «Rabia» ya había tenido en 2009 su versión cinematográfica en cine producida por Benicio del Toro y dirigida por el ecuatoriano Sebastián Cordero.
La adaptación teatral finalmente llegó en 2023 de la mano de Tolcachir, Lautaro Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo. Co-dirigida por el creador de la emblemática sala Timbre 4 y Perotti, la novela fue convertida en un monólogo sensorial acompañado por una puesta deliberadamente austera donde no solo el protagonista debe imaginar lo que sucede en los lugares a los que no tiene acceso de la casa, sino también los espectadores.
«Rabia» se estrenó el 14 de septiembre pasado en el Teatro La Abadía de Madrid y se presentó por primera vez en Argentina el 25 de enero con cuatro funciones en el Teatro Auditorium de Mar del Plata. Luego de ofrecer una función en el Teatro El Galpón de Montevideo, regresa al país para presentarse entre el 15 de febrero y el 3 de marzo en la sala del barrio porteño de Boedo.
«Esta buenísimo cuando el teatro te hace ver que las cosas no son tan simples, que no es tan fácil tomar partido por todo o estar siempre de un lado, que hay que tratar de comprender por dónde va lo que no se parece a mí.»Claudio Tolcachir
Mientras se prepara para el estreno de «Mejor no decirlo», obra en la que dirige a Mercedes Morán e Imanol Arias el 22 de marzo en el Paseo la Plaza, Tolcachir conversó con Télam:
-¿Cómo surgió la idea de llevar la novela de Bizzio al teatro?
-Un formato nuestro de Timbre es, cada tanto, buscar un proyecto que sea nacido puramente del deseo, del desafío de hacer algo que nos enamore, que nos dé mucho sentido al trabajo, y un día me desperté tipo tres de la mañana, me acordé de «Rabia» y dije «es eso, es un monólogo». Yo la habré leído por primera vez hace 10 o 15 años y la novela me quedó tatuada en el inconsciente, tenía muchas imágenes, la leí varias veces y si alguien me decía que no la había leído, en mi afán por recomendarla, se las empezaba a contar. El año pasado, cuando le estaba contando al Director del Teatro de la Abadía en Madrid esta historia para llevarla a la sala me dijo «¿y por qué no la hacés vos?» Así se fue armando un proyecto donde todo era novedoso: co-dirigimos con Lautaro, yo actuaba, adaptamos una novela.
-¿Cómo fue el trabajo de adaptación a ocho manos? ¿Qué rol ocupó Bizzio ahí?
-Bizzio nos dio total libertad, le encantó la idea de que lo hiciéramos, al principio dijo «voy al estreno, no quiero leer nada», pero un día me dijo «si la puedo leer me encantaría» y por suerte le encantó, porque pasar de una novela de 200 páginas a 25 implica elegir por dónde, qué queda afuera. Eso tuvo que ver nuestro sistema de trabajo, que es grupal porque yo funciono en lo grupal, entonces íbamos con el libro a leer y, más allá de los debates, decíamos «para tal día trabajemos hasta el capítulo tal» y éramos cuatro cabezas decidiendo y después las juntábamos y veíamos en qué coincidíamos, en qué no negociábamos. Teníamos que cuidar la duración, la cantidad de información, fue muy interesante volver a contar algo que existe pero que tiene que tomar un formato teatral. Fue muy interesante y hubiera sido imposible para mí hacerlo solo.
-Después de haber trabajado tanto la novela, ¿Cómo definirías la obra?
-Diría que tiene una trampa maravillosa. Hay un trhiller, que en teatro es muy poco común, con un enganche argumental de situaciones a partir de que un hombre comete un asesinato, se esconde en una mansión donde trabaja su novia y permanece durante mucho tiempo viviendo ahí sin que nadie se de cuenta. Un montón de cosas que podrían ser situaciones literales de un argumento, tiene un vuelo tan profundo en lo humano, lo existencial, en lo social. Tenés el plano de los dueños de la casa y, por otro, un ser invisible.
-Desde el título hay algo que pareciera resonar con el clima que se vive hoy en la Argentina…
-En la obra tenés los dueños de la casa, la empleada y José María emparejado con una rata, invisibles al mundo. La obra dialoga en muchos sentidos con la actualidad. No literalmente porque a mí nunca me interesó hacer ese teatro, pero hay una deshumanización tan fuerte hoy en el mundo que esta historia tiene valor porque terminas empatizando con un personaje con el que nadie quisiera cruzarse, y sin embargo, la genialidad de Bizzio hace que uno empatice con él porque querés que se salve y al mismo tiempo te da miedo. Esta buenísimo cuando el teatro te hace ver que las cosas no son tan simples, que no es tan fácil tomar partido por todo o estar siempre de un lado, que hay que tratar de comprender por dónde va lo que no se parece a mí.
-¿Cómo resolvieron esa invisibilidad desde la puesta?
-A mí me encanta lo económico, hay algo ahí que yo disfruto como espectador cuando me dejan crecer, completar las imágenes. Hay un trabajo que me parece muy delicado, bello, con una escalera que permite este trabajo de ángulos, de puntos de vista y recorrer esta casa, la vida de este personaje. El trabajo de sonido es muy sutil pero bellísimo, no es música sino ambientes sonoros. No es una obra de show porque a mi no me interesa el bombardeo de estímulos y de efectos. El teatro a mi me gusta que suceda como accidente y que ese vacío que deja, que tiene que estar muy bien hecho, permitir al espectador entrar en la historia y hacer su película. Lo más hermoso que dijo una mujer después de una función en Madrid fue: «Me encantó porque la obra sucede en la cabeza del espectador».
-En este regreso a la Argentina, ¿Qué opinás sobre lo que sucede con los organismos vinculados a la cultura?
-En lo que respecta al Instituto Nacional del Teatro, ese dinero que envía el Estado, que somos nosotros, a cualquier salita, está inyectando red social, cultura, actividades para jóvenes, viejos y movimiento económico porque si hacés una obra contratás a un carpintero, a un sastre. Son decisiones que nacen absolutamente de la ignorancia y del prejuicio, que piensan que la cultura es el enemigo, que lo ven con desprecio, como una pérdida de tiempo. Yo creo que le tienen miedo y rencor porque no se sienten parte.
«Rabia» se presentará en Timbre 4 (México 3554) a partir del 15 de febrero y hasta el 3 de marzo los jueves y viernes a las 21, los sábados a las 20 y los domingo a las 18.
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Fuente Telam