[ad_1]

 

Brenda Becette fue ganadora del premio internacional Jos Emilio Pacheco Foto prensa
Brenda Becette fue ganadora del premio internacional José Emilio Pacheco. /Foto: prensa.

Con una voz potente y tramas originales, en los nueve cuentos que integran «Llamarada» la escritora Brenda Becette explora historias de mujeres que se encuentran con su doble, niños que luchan contra el miedo o la angustia familiar y situaciones de peligro que obligan a los protagonistas a tomar decisiones sorprendentes sobre sí mismos, en un mundo donde lo cotidiano se mezcla con lo fantástico, y lo emocional se entrelaza con lo misterioso.

Publicada por Emecé, esta obra presenta relatos que exploran temas universales a través de personajes con cuerpo y alma y situaciones inesperadas. Desde la geóloga que desde «En la mina» lucha contra la soledad y la contaminación en un entorno árido hasta el joven protagonista de «Jonás y la ballena» que enfrenta la discriminación y la búsqueda de aceptación, cada historia es una ventana a la complejidad humana.

Escritora y diseñadora de indumentaria por la Universidad de Buenos Aires, Becette nació en Campana en 1975. Cursa la maestría de Escritura Creativa de la UNTREF y fue ganadora del premio internacional José Emilio Pacheco, otorgado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2017, con el volumen de relatos «La parte profunda», publicado en 2018.

Su prosa es clara y cada palabra es precisa para tejer esos mundos donde lo ordinario se vuelve extraordinario. En «Original, original», una visita a una casa en venta se convierte en un encuentro surrealista con una mujer excéntrica y un secreto inesperado. En «El dominio», una escapada aparentemente liberadora se transforma en una lucha por el poder y la identidad; mientras que «Llamarada» nos transporta a un pueblo donde lo místico se entrelaza con lo cotidiano, y donde una mujer se ve envuelta en eventos misteriosos y surrealistas durante una tormenta solar. También «Oro blanco» nos lleva en una expedición en busca de una planta azul con propiedades estimulantes, explorando la ambición y los límites éticos en la búsqueda de la felicidad y la curación.

El cuento «Biología», por su parte, nos lleva de vacaciones a la playa con una madre y su hija, donde un encuentro con un hombre sin hogar desencadena reflexiones profundas sobre la vida y la sociedad. Finalmente, «Evolución» nos presenta a Nicolás, un argentino en Uruguay, y a Emilio Foyle, un biólogo marino con un secreto científico intrigante que podría cambiar la evolución de las especies. Los relatos están contados desde distintos puntos de vista y con foco que va variando de personajes.

«A los cuentos de este libro los venía escribiendo y acumulando sin plan previo, y los junté naturalmente porque tienen un tono similar en la escritura, más allá de las diferencias en el tema central que toca cada uno. Mujeres que viajan y se encuentran con ‘la otra’ -su otro yo- al enfrentarse con lo inesperado. Niños que hacen lo que pueden para defenderse del miedo, para sobrevivir a sus familias y dar vuelta esas situaciones de angustia», explica la autora.

– ¿Cómo te sentís con la tradición del cuento, considerando que hoy en día se publican principalmente novelas?
– Es cierto que para el mercado literario está más extendida la novela, pero los relatos van ganando su espacio en las librerías año tras año. Ya existe más de una editorial que se ocupa de publicar exclusivamente libros de cuentos. Jamás se deja de leer a Borges en todo el mundo, que se destacó por sus cuentos más allá de sus ensayos y poemas. Últimamente estoy bastante enganchada con los cuentos y novelas del movimiento llamado «new weird». Por ejemplo, M. John Harrison, China Miéville, Blake Butler. Trato de mantenerme al tanto de las novedades de los escritores latinoamericanos, y soy fan de tres autoras que hoy ya son clásicas: Flannery O´Connor y su gótico rústico, el retorcido universo psicológico de Patricia Highsmith, y Alice Munro, con sus casi novelas que te desacomodan y desgarran. Creo que los cuentos que más me gusta leer son los que descubren el espanto o la maldad agazapados en nuestros semejantes, en los que queremos, o en nosotros mismos. Ese es el gran quiebre.

-¿Te documentás para escribir sobre profesiones específicas o es pura imaginación?
-Todas las referencias científicas que uso en los cuentos son reales. Las especificidades de cada profesión, también. Cada tanto busco noticias de descubrimientos y busco estar al tanto de las alertas ambientales, que es un tema que me preocupa mucho. Ya mi primer libro publicado en México tiene varias distopías sobre mundos sin recursos naturales. Sigo en las redes un par de páginas de divulgación y además conozco a varios profesionales de la ciencia, familiares y amigos. Cuando un artículo me llama la atención me guardo los textos y las fotos para usarlos más adelante, para crear una ficción con eso. Luego me pongo a investigar más a fondo según lo que necesite para lograr el verosímil. La curiosidad es la mejor fuente para la literatura.

– ¿Cómo construís a los personajes que son niños?
-Los cuentos con protagonistas infantiles son esbozos de recuerdos y sentimientos. No de la situación concreta de cada relato, por supuesto, sino de las sensaciones que alguna vez tuve o pude imaginarme, metidas en un contexto inventado. Todos los personajes, adultos y niños, son alguna faceta del escritor, aunque el cuento sea fantástico y las acciones imposibles. La relación de los primos varones que hay en el cuento me divierte bastante, hay una mezcla de amistad, admiración, burla y traición. El amor fraterno pegado a la maldad. Creo que tengo una fijación con la identidad y la idea del doble. Me gusta jugar con los personajes y sus espejos.

-Algunos de tus cuentos parecen estar influenciados por tradiciones no rioplatenses…
-Tal vez las influencias que parecen diferentes se hayan colado en la escritura a través de los viajes y las lecturas. Hace varios años me fui como mochilera por el norte argentino y por el sur de Bolivia, y más adelante hice algunos viajes por distintas zonas de México. Tuve una época de lectora ferviente de Castaneda; a él también podríamos incluirlo en la literatura del new weird, ¿no?

El concepto de «antigal» podría ser la palabra que describe la atmósfera de los cuentos. Conocí esa palabra porque es el nombre de una canción que canta Daniel Toro con Los cantores del alba. Un antigal es un lugar de historia ancestral, un espacio donde alguna vez hubo vida y cultura -más que nada prehispánica- que fue arrasada. Quedan los vestigios, las señales, y algo en el aire. Pude experimentarlo en pueblitos del norte que cuelgan de los precipicios, en cementerios escondidos, en ruinas a la orilla del mar o en desiertos de sal, donde la energía de lo antiguo parece llamarte. Es un reclamo, como dice la canción. El reclamo de la sangre y de la tierra. Existe un cuento de Patricia Highsmith llamado «Los terrores de la cestería», que toma una idea parecida: lo atávico convoca a la protagonista desde un objeto y pone en marcha el mecanismo de lo primitivo. Creo en una mirada hacia el futuro que reafirme la necesidad de proteger lo nos queda del medio ambiente y del legado cultural nativo. Esa necesidad es urgente.

La autora cursa la maestra de Escritura Creativa de la UNTREF Foto prensa
La autora cursa la maestría de Escritura Creativa de la UNTREF. /Foto: prensa.

-¿Cómo ves que funciona la dinámica entre madres e hijas en tus historias?
-Pienso que las madres y las hijas que aparecen en el libro se relacionan de una manera confusa, sin claridad ni reglas consistentes. A veces las madres parecen las niñas, no saben qué hacer y se pierden en la ansiedad de la duda, arrastrando a los hijos en el camino junto con ellas; eso aparece más claramente el cuento «Original, original». En «Jonás y la ballena» la madre es diferente; es cruel por una razón que al principio trata de ocultarse. La falta de un lugar seguro, sentirse a la deriva: ese es el monstruo de las hijas y de los hijos de esos relatos. Son los niños los que tienen que tomar decisiones para entender qué está pasando o para salvarse, a ellos mismos y a su entorno.

– En cuentos como «Jonás y la ballena», abordas la discriminación, ¿cómo trabajás estos temas en tu escritura?
– Al principio del cuento, el protagonista no sabe por qué los discriminan a él y a su familia, pero enseguida se rinde ante lo que pasa, porque cualquier cosa que se le ocurra le parece un justificativo lógico para que los demás puedan agredirlo. Siempre hubo roles de víctimas y victimarios en los grupos. En la última década se fue tomando conciencia de estas dinámicas en colegios y otras instituciones y se tratan de evitar, pero la violencia se fue desplazando hacia las redes sociales. Hoy en día se sufre desde ahí el abuso verbal o con imágenes, todo es posible porque eso es más difícil de controlar. Justamente ahora los chicos (y los no tanto) viven una vida que pasa casi un noventa por ciento por lo virtual; eso la convierte en la vida real, la verdadera.

-En «Oro blanco», explorás la búsqueda de sustancias para alterar los sentidos, ¿cómo creés que aporta esta línea temática a tu obra?
– Esta línea es tal vez la que más toma elementos de los libros de Castaneda. En Salta vi unos arbustos extraños, de un verde casi flúo, y los deformé un poco para inventar una historia que comienza con ellos, donde algunas personas los buscan para alucinar y para hacerse ricas. Ahí comienza el viaje a solas de la protagonista, su decisión de dejar todo en ese despertar que tiene en el medio de las montañas. Me recuerda a la frase de Castaneda «Parar el mundo». Soltar la presión agobiante de lo urbano; la paradoja de ir hacia adentro de uno yendo a perderse en soledad por distancias agrestes.



[ad_2]

Fuente Telam