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Especialistas realizaron para AN una clasificacion de los usuarios de cajeros automaticos

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Uno de los integrantes más valiosos de nuestra sociedad es el cajero automático, un ser que da todo (bah, hasta que cubras el cupo diario) sin esperar nada a cambio, si bien a veces nos jode bien jodidos con su mensajito choto de "disculpe, por el momento no tenemos dinero" (¿y para qué mierda se piensan los bancos que uno va al cajero, para mandar mensajes de texto?).

Pero llegar a estos artefactos permite, además, conocer a toda una fauna de usuarios que a veces, en el sencillo acto de apretar botoncitos, exponen toda una radiografía de sus vidas y sus pensamientos.

Especialistas en el tema elaboraron para Angaú Noticias una amplia clasificación sobre las tipologías que se observan al momento de introducir los PINs:

 

El usuario a vapor. Sin saberlo, se exponen a ser alguna vez masacrados a tarjetazos por quienes detrás de ellos ven cómo pierden hasta 20 minutos para concretar cualquier operación de mierda.

Generalmente son personas mayores que al manejar el cajero se sienten como si de repente los hubieran puesto a pilotear un transbordador espacial.

Ya el sólo hecho de introducir el PIN les lleva unos ocho minutos de movimientos dubitativos, sonidos de error y expulsiones de tarjeta por clave incorrecta. Ni hablar de cuando tienen que hacer un pago o realizar un depósito. En esos casos, si estás en la fila, te conviene mandar a pedir algo de comer.

 

El usuario a vapor asistido. Es el caso anterior, pero acompañado de otro de su misma especie. Se les escuchan diálogos del tipo:

-Me dice "introduzca su PIN". ¿Qué es?
-La tarjeta, debe ser, pero en inglés.
-Pero ya puse la tarjeta.
-La habrás puesto al revés. Sacala.
¡Clac!
-¿Y ahora?
-Metela
-No entra.
-Apretá fuerte.
-No, mirá.
-Dala vuelta.
-Ahora sí.
-¿Viste?
-Pero si la di vuelta es que está como la primera vez nomás.
-A lo mejor había que darla vuelta igual, aunque no entrara. Viste que estos cosos detectan todo.
-Otra vez me pide el PIN.
-Debe estar mal escrito, se debe referir al DNI.
-Ay, no traje.
-¿Seguro? Fijate a ver.
(Cinco minutos buscando en los bolsillos repletos de papeles y pañuelos)
-Acá está, menos mal.
-Metelo.
-¿En cuál ranura?
-La misma de la tarjeta, debe ser.
-Se dobla todo, no entra.
-Con más fuerza, Felicio.
-Es que está viejito, pucha, mirá, se me está desarmando.
-A lo mejor hay que meter la hojita donde va la foto, nomás.

Y así hasta el infinito.

 

El de la teoría conspirativa. Desconfía del cajero como si sospechara que se trata de un asesino serial. Desde que lo bancarizaron maldice contra las máquinas, aunque no le queda más remedio que usarlas. Dice que provocan cáncer, que tiran plata falsa, que los monitores se hacen con órganos que les extraen a los niños tailandeses.

Fruto de esa actitud, y temiendo ser currado con una entrega errónea de efectivo, extrae su sueldo o su jubilación billete por billete. Si es un cajero con cambio, irá haciendo su extracción de a diez pesos. Las miradas de odio de quienes aguardan detrás le terminan provocando todo tipo de tumores, lo que finalmente confirma sus miedos, algo que a su vez alimenta a otros seguidores de la teoría conspirativa.

 

El líder de la manada. Cuando llega su turno, saca de un morral un paquete armado con bandistas elásticas que contiene unas 38 tarjetas de débito, correspondientes a padres, tíos, primos, hermanos, vecinos y compañeros de trabajo que le encomiendan extracciones, pagos de autoplanes, consultas y triangulaciones financieras con países asiáticos.

Resultado: cincuenta minutos viendo al pajero meter y sacar tarjetas para realizar todas las operaciones. Después se retira con perfecta cara de pelotudo.

 

El neurótico 2.0. Cansado de que en todos lados lo caguen, o simplemente porque es un/a malcogido/a de toda la vida, trata al cajero con desprecio digno de mejores causas. Le habla como si pudiera entenderlo, lo putea, le aprieta las teclas con violencia (y le dice "¡ja!¿te gusta esto, te gusta?") y, claro, se va sin saludarlo.

 

El héroe colectivo. Es parte de la fila con una buena onda totalmente desacorde con el contexto. Cede su lugar a personas mayores, asiste a los usuarios a vapor, convida caramelos a los niños y realiza sus operaciones silbando alguna tonada pegadiza. O sea, un ser absolutamente repugnante.

 

El boludo insalvable. Una maldición satánica recibida en otras vidas lo condenó a sufrir siempre la misma humillante desgracia: tras una larguísima espera por llegar al cajero, cuando le llega el turno ya no hay más efectivo disponible o la máquina sale de línea y se tilda.

Desde allí irá a otra cola para arribar a un nuevo cajero en el que le sucederá exactamente lo mismo.

 

Anonymous: El misterio es su característica central. Acceden al cajero y comienzan a operar tecleando diez millones de veces, sin colocar nada ni retirar dinero. No podemos ver qué hace, pero demora una vida en salir. ¿Por qué?¿Qué es lo que hace?¿Encontró el modo de chatear con la Banelco?¿Halló en la máquina una opción que permite jugar al Astro Blaster?¿Desde allí hackea las computadoras del Pentágono?¿Simplemente pelotudea entre opciones? Jamás lo sabremos.

 

El seco que no se resigna: Sabe que en su cuenta, después de la extracción anterior, le quedaron algo así como cuatro pesos y medio, pero igual va, hace la fila, llega al artefacto, coloca su tarjeta y emprende la aventura de soñar que de buenas a primeras le aparecerán aunque sea 700 mangos de alguna parte.

Y claro, no aparece nada. Pero él, que encima tiene una "Supercuenta Cliente Ultrafeliz", es fanático de aquello de retroceder nunca, rendirse jamás. Así que mira su caja de ahorro en pesos, su caja de ahorro en dólares, su cuenta corriente, su caja de ahorro en yenes, su caja de ahorro en rupias, su caja de ahorro en tapitas de cerveza... todo.

Después sí, se rinde a la evidencia, y un cuarto de hora después de haber iniciado el tecleo se va, con el peso de la fatalidad del Cosmos sobre los hombros.

 

El paranoico urbano. Aparece en las ciudades de más de 100.000 habitantes. Está haciendo su operación cuando entrás vos al recinto para esperar tu turno. Te mira fijo unos treinta segundos, con gesto de "maldita carroña inmunda, no te permitiré quedarte con mi dinero, ¿entiendes?¿Lo entiendes, maldito bastardo?"

A partir de ahí cada tecla que activa va acompañada de un giro de cabeza hacia nosotros, para ver si desenfundamos o no la carabina que supone llevamos cruzada en la espalda.

Cuando se va, nos vuelve a mirar, esta vez con ojos de "sabía que si te hacía frente no lo intentarías, pequeño gusano cobarde".

 

Y tú, oh, amigo lector, ¿qué otros hermanos usuarios conoces?

 

.

 

Comentarios   

 
+5 #2 sebas 11-07-2013 11:03
Falta el correcaminos! Nadie sabe cómo hace, pero en 7,5 segundos ingresó PIN, restableció clave del homebanking, pagó las facturas, adhirió nuevas facturas, mandó un mail y le dio el tiempo para agarrar de nuevo la puerta que recién se estaba terminando de cerrar detrás de él.

A: ¡Jaaa, tenés razón!
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+3 #1 MaUrO 10-07-2013 05:46
Jaja!, a mi siempre me toca el paranoico urbano, es imbancable! Si estoy medio al pedo o con ganas de hinchar las bolas le sigo el jueguito, le miro de reojo la pantalla o algo así para que se persiga mal. Cuando veo que está por llamar al grupo Halcón me voy a la mierda! Saludos.
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