"Mamá, me duele la panza". Decir la frase, con voz de soldado herido en combate y cara de haber estado dos semanas en el desierto sin beber agua, era la apuesta que uno hacÃa para zafar de tener que ir a la escuela. Una jugada que abundaba en invierno, cuando levantarse de la cama para ir al cole era menos atractivo que jugar a la botellita con Mike Tyson. Pero la cosa tenÃa sus riesgos.
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Los peligros, es verdad, dependÃan también de la capacidad actoral de uno, aunque no siempre la relación era directa. Los cuidados básicos que habÃa que tomar eran los siguientes:
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Transmitir la angustia de existir. Como las madres y padres de aquel tiempo no estaban contaminados de pelotudeces psicologistas (hoy simular un dolor de panza puede derivar en una terapia grupal que incluya al niño, sus padres, sus abuelos, el cuerpo docente del colegio y los amigos de la infancia de la directora), la simulación del dolor debÃa ser convincente y conmovedora.
La madre debÃa sentir que ese hijo estaba siendo atacado por el universo mismo. Soltar lágrimas era lo ideal, pero era muy difÃcil lograrlo.
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Dar señales de desesperación. HabÃa que que evitar que el progenitor pensase y analizase. Eso se lograba apuntando a sus emociones. Frases como "apretame la mano, mami, por favor" o "acariciame la pancita y pedile a Diosito que me saque este dolor feo" podÃan ser cartas definitorias.
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No demostrar somnolencia. Lo más efectivo era estar ya despierto cuando él o ella llegaran a la habitación. Y evitar por completo bostezos o indicios de que en realidad uno querÃa seguir apoliyando. La posición correcta: postural fetal, con gemidos apenas audibles y temblores espasmódicos.
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Sugerir que uno en realidad querÃa ir al cole. Era una apuesta fuerte, que podÃa salir mal. Pero si algo ayudaba en aquel plan, era escuchar a nuestra vieja decir un "y bué, asà no te podés ir a la escuela", y uno mandarse con un heroico "no, má, yo quiero ir, ¡hoy nos iban a enseñar la división con dos cifras y yo estaba súper entusiasmado con eso!"
Los segundos que seguÃan eran de extremo suspenso. Ella podÃa decir un fatÃdico "tenés razón, mejor andá, total te voy a enchufar un flor de Sertal para que aguantes" (en cuyo caso querÃamos martillarnos las bolas por la audaz maniobra derivada en estrepitoso fracaso), o interrumpir con un celestial "no, no, no señorito, usted se me queda en la camucha y después pedimos los deberes".
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Los riesgos que acechaban eran varios:
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Ser descubierto. HabÃa madres bastante guachas, entrenadas en el arte de interrogar, que cuando se encontraban con un pibe inexperto que no habÃa previsto repreguntas, iban hallando contradicciones y datos que no cerraban. "¿Pero y cómo te agarrás el pecho si decÃs que te duele el estómago?"; "¿Qué mierda pasa que llorás y no te sale ninguna lágrima?"; "¿Por qué si supuestamente sufrÃs tanto me decÃs que le pida a tu hermano mayor que te vaya inflando la bici?".
Tartamudear o desdecirse sobre lo dicho apenas minutos antes también era letal: o te levantaban a tongazos o te pasabas dos semanas sin poder salir a jugar a la pelo con los vagos.
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Ser engañado. Otro truco bajo de los adultos. Con tono cariñoso decÃan cosas del tipo "decime si de verdad te duele, porque si es una mentirita te dejo faltar, total hace mucho frÃo para ir; pero si es verdad te voy a tener que llevar al médico y te va a dar remedios feos".
No faltaba el boludo que creÃa descubrir que su madre era la mina más gamba del mundo, y contestaba: "SÃ, era mentira, jiji". Al instante la cabeza se le convertÃa en un yo-yo que la madre hacÃa funcionar zamarreándole la oreja en medio de furibundas maldiciones.
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La madre dramática. Todo lo contrario de los dos puntos anteriores. Ella se asustaba tanto con nuestra mega actuación que nos llevaba al pediatra, a cuatro gastroenterólogos y tres medidoras de empacho. Resultado, por faltar un dÃa estábamos quince dÃas padeciendo remedios horripilantes, tés intragables y análisis humillantes.
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La madre esotérica. La reiteración de dolores de panza truchos le hacÃa pensar que nos habÃan hecho "un daño" o que nos poseÃa un demonio de habitat estomacal.
Curas, pastores y curanderos desfilaban por nuestras vidas exorcizándonos, gritándonos frases de la Biblia y apuntándonos con crucifijos. Nuestra colección de autitos de carrera dejaba su lugar en la repisa a velas encendidas para una inquietante colección de santos y figuras paganas.
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El pendejo improvisado. La falta de experiencia lo llevaba a cometer errores groseros, como por ejemplo, después de obtener el visto bueno para faltar, tomarse un Toddy con pan, manteca y dulce de leche.
Más de una vez ese desayuno era servido sin objeciones, pero como una trampa cazabobos, para ver hasta qué punto el malestar digestivo era real. Con la última gota de "cuili" llegaba la primera sopapeada.
Igual suerte tenÃan los nabos que a las 9 de la mañana ya estaban pateando penales en la vereda.
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Ni olvido ni perdón. Padres rencorosos, incapaces de ver la necesidad de que los argentinos se reconcilien, tomaban nota del fraude y jamás lo olvidaban.
Es más, ya cuando el pibe era grande y llevaba veinte años laburando en una ferreterÃa, y ante cualquier declaración real de malestar (una cefalea, la aparición de sangre al mear, un derrame cerebral), sus viejos largaban automáticamente el "¿te acordás de cuando me embaucaste con el tema del dolorcito de panza? Bueno, ahora jodete: ¡limpiate los coágulos esos que te están cayendo de las orejas y andá a trabajar!"
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La historia de aquellas gestas está repleta de relatos sobre victorias y rotundas derrotas. Y ni que hablar del duro aprendizaje de ver que a la hora de inventar habÃa cosas que no convenÃa decir, como lo del dolor de muelas, que derivaba en terribles tormentos con el torno en el consultorio del dentista de la familia.
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Pero aquà estamos aún, dispuestos todavÃa a esquivar la oficina de mierda con una actuación consagratoria.
¿O no?
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Comentarios
Empezó el desfile!!! y no el de Giordano sino el de funcionarios k! jajajaa vamos por mas! vamos por todo!!
Les cuento una historia reciente referida al tema :
Un niño de tercer grado de una escuela del Gran Resistencia tomò el cuaderno de comunicaciones ( sirve para que los padres se comuniquen con el/la maestro/a) y escribiò: Mañana no hay clase, y falsificò la firma de la maestra.
Le mostrò el cuaderno a la mamà y faltò. Se dedicò todo el dìa al ocio creativo. Lamentablemente lo descubrieron, pero aguantò las penitencias con estoicismo ( el calavera no chilla).
Estoy escribiendo un trabajo para el Ministerio de Educaciòn muy bien remunerado. El tema: "Factores endògenos y exògenos que atentan contra el objetivo de los 180 dìas de clases". Les mando un relato que forma parte del estudio en carà cter de primicia.
Paso a relatar brevemente mi humilde historia que luego se conoció: Mis viejos me dejaron en una modesta pensión de Corrientes con la consigna de estudiar y recibirme de algo.
La mano venÃa mal, los viejos dueños de la pensión eran peores que los custodios de la U7 ... pero le encontré la vuelta: mi piecita tenÃa techo de chapas. Ovbiamente, cuando me di cuenta, tenÃa "asistencia perfecta" en la Facultad.
Eso sÃ, cuando llovÃa ... papááá ... a torrar y faltazo espectacular con la compañÃa de alguna compañerita de estudios con la música deliciosa de la lluvia sobre las chapas !!! Lamento deschavar a muchas de ellas y sobre todo de haberle tirado la idea del Feriado Obligatorio a CFK.
Asumo mi culpa y ya mismo me estoy flagelando con el "gato de 7 colas", que en realidad es de un gato pero vale por siete. Y la tengo enfrente ahora ... VOY AL FRENTE, LA CAUSA LO VALE !!! Me inmolo por la Causa AngaucÃstica. Orate per Me.
A: Prego!
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