En el sueño, el hijo estaba.
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Y el sueño era genial porque le avian dejado un rinconsito de consiensia, chiquito, como pa que se diera encuenta de que estaba soñando, pero no tanto como para dispertarse ni como para que el sueño, mientra durase, dejara de ser la vida misma.
Grasia eso, no sólo sentÃa todo como real, sino que ademá sabÃa que tenÃa que ecprimir cada sensasión como si juera una naranja dulse llenando los vaso de agosto. Avia que paladear cada microsegundo de la risa de él, avia que poner todo lo sentido en la suavidá de su cuello, avia que forsar al ectremo la vista pa no perder ni el má mÃnimo detalle de esas manito sobre las suya.
El hijo era niño. Porque pa una madre, pa un padre, un hijo siempre é gurÃ. Lo sijo no cresen. Aunque se peinen todo atrabesado pa tapar la pelada, aunque dean discurso, aunque no tengan un diente en el costado, aunque tengan pelo en las gamba, aunque anden en moto o aunque los demá ya le digan "usté", al hijo siempre le vemo llorando porque la cadena de la bisi le sagarró la patita o saltando de felisidá despué de la llubia adentro de los primero charco permitido.
El ñerisito mira y rÃe, se aprieta contra la pansa, se va y corre, vuelbe y se deja abrasar de nuebo. La garganta se anuda, el pecho se abre como si de adentro un sol entero, inmenso y rojo, pujara por ser parido.
El hijo, ay el hijo, ay este hijo que duele sin tiempo.
Sabe que el sueño, en cualquier momento, bajará los telone. Entonse, ya sin ninguna estrategia de prudensia, lo trae para sÃ, le camina la cara a beso, le huele el cabello rebuelto como si allà estubieran la súltima burbuja de ocsÃgeno del uniberso, le friega la espalda con las mano como pa contatar que, sÃ, é el hijo, y está ay.
El hijo de la piel de vainilla. El hijo de la mirada de barrilete. El hijo alma barquito de papel.
El sueño se empiesa a ir.
Entonse lo abrasa más, mucho más, lo abrasa con amor y desesperasión, si acaso las dó cosa pueden ir separada.
El hijo le repite aquella trabesura tierna de morderle el cachete, en represalia a la andanada de cariños.
Entre carcajaditas, la felisidá se esfuma.
De nuebo el techo, el maldito techo de la piesa, y el silensio del alba.
El lapacho, en la ventana, habla bajito con la brisa del Este.
El corasón todabÃa salta, los arroyito tibio bajan de lo sojo.
En la mejilla lo sorprende un ardor. Los dedo confirman.
Se lebanta trabajosamente, como un barco viejo que ay que llebar desde la ciudá asta el océano.
En el espejo las ve: ¿las picadura de un bicho?¿o las marca de unos dientesito?
Se acordó de cuando le habló al hijo de la sestrella, y él le confesó que siempre avia creÃdo que la sestrella eran agujerito en el cielo que permitÃan espiar un poco de la lus que videntemente avia arriba de todo ese techo oscuro.
"Y pensaba que cuando titilan é por la gente que vive allá y pasa por ensima de lo agujerito", le dijo el cambaÃ. Y a partir de ay nunca má pudo mirar en las noche asia el firmamento sin ver las cosa como el hijo le avia dicho.
¿Y si, ya que lo que parese tan cierto admite otra esplicasión tan distinta, los sueño son la vida y la vida son los sueño?¿Y si ni siquiera ay una raya dibisoria en medio de las dos cosa?¿Algún astronauta llegó al cielo alguna ves como pa tocar ay y ver si ay estrella o ay orifisio?
Lloró suabesito, como cuando al alma le ase bien.
Se riyó fuerte, como los que descubren los agujero de la muerte.
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Comentarios
A: Un abrazo, Viviana.
Abrazo!
Gracias por compartirlo, ya sabemos que sos muy bueno escribiendo y haciendo compartir sensaciones, pero siempre seguÃs sorprendiendo gratamente... lástima que seas gallina, en fin, nadie es perfecto, un abrazo desde la Patagonia.
A: Un abrazo, Daniel, gracias por tus palabras y las de los demás comentaristas.
Gracias!
A: A vos, Lau.
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